La prisión del fin del mundo

José Luis Meneses

Después de una apetitosa paella de marisco de esas que convierten al domingo en santo, acompañada de un armonioso Castillo de San Diego, le entran a uno, cuanto menos, las ganas de hacer una siesta. “Paella”, “San Diego” y “Siesta” se convierten, en tanto figuramos en el teatro de esta vida, en los tres pilares básicos sobre los que se sostiene el universo. En mi caso, entro en un estado de duermevela en el que los límites de espacio y tiempo se diluyen y mi mente, cabalga libre y ufana por los campos del deseo. Sin moverme de un sofá que me acurruca en su regazo con amor de madre, me lanzo como un kamicaze a mi mundo viajero. Con Marco Polo, recorro la ruta de la seda; con Simbad, navegamos por las islas orientales; con Colón, hocicamos con las indias… y los indios; con Magallanes, surcamos el mar que une dos océanos y poco antes de abandonar el “duerme” y pasar al “vela”, en esos momentos en los que uno ni se sabe ni se encuentra, aparece Marco con su mono Amedio cantándome, a todo trapo, sus aventuras de los Apeninos a los Andes. Y yo me pregunto, ¿no sería esa bendita siesta de domingo la que motivó mi viaje al archipiélago de Tierra del Fuego?


1 Ushuaia (1)


Llegué a Ushuaia, “la ciudad del fin del mundo” en Argentina, desde Punta Arenas, puerto entre océanos en la zona austral de Chile que baña sus pies en las aguas del estrecho de Magallanes. Más de seiscientos kilómetros de viaje en autobús dejan grabadas en la memoria un sinfín de imágenes y sensaciones imborrables. Doy fe, de que la cordillera de los Andes divide la Patagonia en dos, la chilena y la argentina, como predicaba mi maestro. Debería estar de un humor especial el Supremo Hacedor, probablemente sería un lunes por la mañana, cuando situó en el austral chileno montes, bosques y glaciares, y en el argentino, inmensas praderas y desolados desiertos. Pero Ushuaia, se encuentra en la rabadilla de la cordillera de los Andes y las características del entorno imperante en esa extensa zona, son el resultado de la fornicación geográfica de ambos territorios. ¡Qué maravilla!, lo que Dios unió jamás lo separará el hombre por más fronteras que levante.


Ya estoy allí, en Ushuaia, en Isla Grande, en la Tierra del Fuego, más contento que un ocho después de atravesar las montañas del glaciar Martial y de toparme con las frías aguas del estrecho de Beagle que, como el de Magallanes, cumple con la función de hermanar los océanos Pacífico y Atlántico (abro este paréntesis para aclarar que las frías aguas a las que me he referido no son tan gélidas como las Terranova en el Atlántico norte, donde se hundió el Titanic). Los días pasan volando en el “fin del mundo” y hay tantas cosas que ver y hacer, que poner al tiempo en pausa es la mejor opción. Uno, no puede regresar a casa desde la Tierra del Fuego sin haber visto todo o casi todo. Hoy me centraré en su prisión, pero no descarto hablaros, si me dais la oportunidad de hacerlo, de sus primeros habitantes los yaghanes, de la acogedora ciudad más austral del mundo, del último faro, de la isla de los pingüinos, del avistamiento de ballenas, del buque Hespérides y sus viajes a la Antártida. Me quedó una asignatura pendiente, pero tengo el propósito de presentarme antes del último septiembre, Cabo de Hornos, donde el Atlántico y el Pacífico se lían a mamporros causando la muerte de marineros intrépidos.


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Caminando hacia el este por la bahía de Ushuaia se llega en un santiamén a las instalaciones que, durante casi medio siglo, albergaron a los presos comunes y políticos más peligrosos de Argentina. Alguno, digo yo, no lo sería tanto. El edificio, consta de cinco pabellones que convergen en un círculo central. Su estructura, nos hace pensar en el Hombre de Vitrubio que Leonardo da Vinci dibujó para representar la armonía entre el cuerpo y el espíritu. Pero los cinco brazos de la prisión de Ushuaia, agrupados en solo una de las mitades del círculo, están más inspirados en las cinco heridas infringidas a Jesús para producirle el mayor daño moral y físico posible, que en la reeducación y reinserción de los reclusos. Sea cual fuese la fuente de inspiración del constructor, lo cierto es que los presos que llegaban en barcazas al último puerto del mundo no iban a disfrutar de las bondades de un balneario, sino a sufrir y soportar la dureza que supone la falta de libertad, el trabajo forzado, el hambre, el frio, la enfermedad y la muerte. Cuando uno visita las instalaciones y algunas de las celdas que se mantienen tal como fueron habitadas, entonces, se puede hacer una ligera idea de ello.


4 Celdas (1)



No todos los encarcelados eran presos comunes, había otros que cumplían condena por motivos políticos, es decir, por no cumplir con los preceptos del dictador de turno. Pero aparquemos la política y entremos en la celda, de no más de cuatro metros cuadrados y escasa iluminación, de uno de ellos. Diría que la figura de cartón piedra que le representaba, había estado esperándome desde hacía algún tiempo y hasta es posible que yo hubiera viajado hasta allí para encontrarme con él. Lucía un uniforme de presidiario con el número 101 y observé, en su gesto, la necesidad que tenía de hablar con alguien después de años y años de silencio absoluto. Nos sentamos, él, sobre su catre de hierro repintado y su mullido colchón, y yo, sobre una silla de madera que alguien construyó sin prisas para acabar de decorar la celda y darle otro aspecto. Me esperaba, lo vi en sus ojos cuando me acerqué y lo sentí al fundirnos en un abrazo. Con la mirada y el silencio hablamos largo y tendido.


"No, esto no era así —me dijo—, no fue así como ahora me ves, donde ahora me ves, en esta celda tan luminosa y limpia, con mesa, silla y papel; no, no son estos los colores de las flores que había en la pared; no, no había libros ni cuadros con fotografías que ilustrasen nuestro hacer, ni cristales en las ventanas que tamizasen el frio y la luz del anochecer; no, no son estos los guardianes con los que caí y me levanté una y otra vez; no, no había sosiego, ni paz que acompañase a la inmensa y dolorosa soledad que se puede llegar a sentir del ocaso al amanecer…Una noche, querido amigo —me dijo mientras se le humedecían los ojos—, soñé que vendrías a verme una fresca mañana de invierno y que este lugar, en el que hoy nos encontramos, sería un museo y no la cárcel que fue". Después, nos levantamos y caminé con él, con su mirada y su voz por todas las dependencias del presidio.


3 Instalaciones actuales (1)



Hoy, en este momento que os escribo, no quiero juzgar lo que hicieron o dejaron de hacer esos presos. Esta noche, echando mano a la humanidad que habita en mi interior, a menudo dormida, quiero terminar este artículo recordando los pesares en este lugar del fin del mundo y compartir con vosotros, el frio que el preso 101 pasó en la barcaza que le trajo hasta el puerto de Ushuaia, junto a otros que le hubieran arrebatado la vida para abrigarse con su ropa; el hambre, que anidó en su plato de aluminio tantas veces vacío; sus escritos en el viento o con tinta, rojo sangre, en la paredes de su celda; su trabajo, talando árboles en el bosque entre cristales de hielo que cuarteaban sus manos y sus pies; las heridas en los tobillos causadas por los grilletes; el látigo caprichoso y la tortura física y mental que acaba amedrentando el alma; las duchas de agua fría para quitarse la mierda adosada tras de días de retretes sin papel; la molesta e insistente compañía de los piojos; la enfermedad, la agonía y la muerte en soledad… Quizás, si fuésemos tan perfectos como el Hombre de Vitrubio que imaginó y representó Leonardo Da Vinci, o tan compasivos como el Jesús de Nazaret, el mundo sería hoy un paraíso y no una cárcel en la que cohabitan todas las formas e intensidades del sufrimiento. Querido lector, como escribió Ortega, a las ilusiones y esperanzas hay que abrigarlas.


Aquellos que dispongan de tiempo y quieran visualizar lo escrito, pueden hacerlo en esta página  de mi libro de humanidades o en el video y fotos que os adjunto. 






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1 Comentarios

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Muy entretenida la descripcion de este viaje que vas imaginando como si tambien estuvieses en el... En cuanto al preso 101 y sus condiciones cuesta asimilarlas sino fuese por la serie de peliculas emitidas sobre el tema Nunca me han gustado las carceles, hacen que el malechor se convierta en victima; por suerte los presos de nuestro entorno gozan de otras condiciones y aunque privados de libertad como castigar los delitos?

escrito por Carmen Meneses Gonzalez 07/oct/20    18:45

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