El primer viaje

José Luis Meneses

Me abrí paso, a codazos, entre los viajeros que aspiraban a ocupar la única plaza de un angélico vuelo que esperaba impaciente la llegada del privilegiado pasajero. Yo, era uno más entre los que corrían agotado por tanta noche de lujuria y desenfreno. Mi lamentable estado me hacía ver miles de adversarios, qué digo, millones, y todos con el mismo objetivo: “una plaza para el viaje más singular de la vida”. Algunos, desanimados, desistieron en el intento. Otros, tuvimos que superar numerosos obstáculos, transitar por cauces angostos y soportar las agresiones de los guardianes del destino. Sin ánimos de presumir ni de atribuirme méritos que no tengo, fue ese rasgo de mi incipiente personalidad, la picardía, la que zigzagueando por el oscuro sendero me ayudó a alcanzar la meta codiciada. La otra parte de mí, la que me ha dado figura y compostura para tan largo viaje, me esperaba en la pasarela de embarque y quiso el azar que fuese yo y no otro el que, con el abrazo divino, me convirtiese en la unidad absoluta e indivisible que hoy sigue caminando por los senderos de este mundo.


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Nueve meses duró el viaje por los mares del silencio. Era tan pequeño y tan tierno, que todavía no disponía de las palabras para describir las infinitas sensaciones y experiencias que viví en aquellos momentos. No las tenía para etiquetar los hechos y es solo por eso, que no puedo estirar de ellas para recordar y contaros, con detalles, ese primer viaje que anida en las profundidades de mi cerebro. Pero sucedió y hoy convive, en las cavernas del silencio, con los instintos más básicos heredados de mis ancestros.


La única estrategia que puedo utilizar para acceder a los hechos que acontecieron en aquel trascendental viaje, es el análisis comparativo entre lo que debí sentir y las numeras experiencias de todos los colores, formas y tamaños que he tenido al caminar por la vida con el ánimo encendido y los ojos abiertos. Cuando me pongo a ello, noto como mi cuerpo se curva bajo las sábanas hasta casi alcanzar la postura de un feto. No tardo en volver a sentir la calidez de las plácidas aguas de los mares del silencio mientras una luz tenue y tamizada congrega, en un solo ver, el ocaso y el alba. Vuelvo a sentir como una llama ambarina y sublimes aromas encandilan mis sentidos, manteniendo apaciguada la sed, el hambre, el sexo y mis instintos malévolos. Sobre la piel, rosada y tierna, siento de nuevo las armónicas palpitaciones de un corazón inquieto. Su dulce melodía se concentra y se expande sembrando de felicidad todos los rincones del alma. En un lugar de mi mente, en el que anidan los recuerdos que no recuerdo, quedó tatuado este mensaje en el silencio: “Viajero privilegiado, conociste la felicidad absoluta y disfrutaste de un amor inmenso. No volverás al paraíso, pero puedes buscar en el viaje de tu vida todo aquello que te haga merecedor del regalo que recibiste, tu existencia”


Nunca, en ningún otro viaje, he sentido ni sentiré placer tan intenso. Sé, porque estoy cuerdo, que no volveré al paraíso que perdí, pero fue tan especial ese destino que hoy, cumplidos los setenta, sigo buscando en todos los lugares y momentos experiencias que me recuerden que fui inmensamente feliz sin saberlo. Agradezco a mis padres y al Supremo Hacedor, que cohabitan en paz y armonía esperándome en los confines del universo, la oportunidad que me dieron de hacer ese primer viaje para conocer el cielo. De allí vengo.


Querido lector y entrañable compañero, buscas insistentemente la felicidad porque la tuviste. Tú también hiciste ese viaje. 


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