Stone Town y las turquesas aguas del Archipiélago de Zanzíbar

José Luis Meneses

La psicóloga Eva Heller dice que el azul es el color favorito de la mayoría de las personas y que, como el cielo y el mar, propicia estados de calma, de armonía y de paz. Otro de los colores favoritos es el verde, y no porque la hoja del cannabis tenga ese color, sino porque como el azul ayuda a mejorar el estado de ánimo, favorece el sosiego y el equilibrio interior. Aparte de otros beneficios que pueda tener el verde, cuando se unta con el azul florece el turquesa, el color de los colores que, además de embriagar los sentidos y de poner en orden cuerpo y mente, propicia la creatividad, la amistad y hasta el amor. Los del Río deberían estar visionando el turquesa cuando compusieron la archiconocida, canturreada y bailoteada canción «Dale a tu cuerpo alegría…».

 

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El azul de Zanzíbar. Fotografía: J.L. Meneses

 

Cuando el turquesa te atrapa es difícil soltarle la mano y más, después ver las pinceladas de este color sobre el majestuoso cuerpo del glaciar Perito Moreno, de los comentarios favorables de Eva Heller o de la aria da capo de Los del Río. Al sentarme a escribir este nuevo artículo, el turquesa me llevó allí donde se encuentra y dudo que abandone la suite especial que ocupa en el resort de mi memoria, me refiero, al archipiélago de Zanzíbar. Decidido el destino, viajo de nuevo al pasado y me veo desplegando alas en la región de Arusha al norte de Tanzania y poniendo rumbo al aeropuerto internacional de Zanzíbar, Abeid Amani Karume. A Dar es Salam, la capital de Tanzania, llegan vuelos de casi todos los países del mundo y desde allí se puede ir a Zanzíbar en avión (≈: 30min), en ferry (≈: 2h) o nadando (chi lo sa).

 

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Archipiélago de Zanzíbar. Imagen: J.L. Meneses 

 

El archipiélago de Zanzíbar se encuentra a poniente del océano Índico, frente a las costas de Tanzania y muy cerca de su capital Dar es-Salam. Lo forman tres islas de considerable tamaño como son Zanzíbar o Unguja, Pemba al norte de esta y Mafia al sur y, junto a estas islas principales, otras muchas como Mnemba, Chumbe, Bawe…, a las que es fácil acceder desde la isla de Zanzíbar. No son las únicas, porque frente a la costa de Tanzania hay otras, como Bongoyo, Pangavini, Maziwi… que, lejos de ser una carga, son un regalo de Dios destinado a dar alegría al cuerpo de los viajeros y a mejorar la economía de un país que se esfuerza en reducir la pobreza y mejorar la calidad de vida de sus habitantes. No obstante, conviene leer la letra pequeña cuando se habla de “calidad de vida”. 
 

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Palacio de las Maravillas. Stone Town. Fotografía: J.L. Meneses 

 

La capital de la isla principal, Zanzíbar, también llamada Unguja, es Stone Town. La ciudad, por su “valor universal excepcional” según la UNESCO, forma hoy parte del Patrimonio de la Humanidad. Uno más de los 1.154, siendo mayor el número de los que forman parte del patrimonio cultural que del natural. Fueron los intrépidos navegantes portugueses, allá por el siglo XV, los primeros en poner los pies en la isla. Un par de siglos después, los omaníes tomaron la isla y durante un largo periodo Stone Town fue un puerto de referencia para los comerciantes de especias y de esclavos. Luego llegaron los alemanes y los ingleses y, aunque les cuesta irse, lo hicieron cuando Zanzíbar se unió a Tanzania y formaron la República Unida de Tanzania en 1964. Antes de irse, un “arrumaco” bien pegado, por el que fue cajero de la Secretaría del Estado Británico para las Colonias, dio lugar al nacimiento de Farrokh Bulsara, Freddie Mercury y hoy, su casa y hasta las playas en donde pasó su infancia son muy visitadas por los turistas. 
 

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Atardecer. Puerto de Stone Town. Fotografía: J.L. Meneses 

 

La ciudad, fruto de la influencia de diferentes culturas cuyas huellas pueden verse hasta en los grabados de sus puertas, está rodeada por el mar en su mayor parte por lo que vas a acabar siempre frente él por más laberínticas que sean sus calles. Allí, en el puerto, en las playas, en las calles y plazas, empiezas a hacerte una idea de donde te encuentras, de los colores y olores, de las costumbres de su gente sencilla, la que después del trabajo se sienta en el malecón del puerto y se distrae con poca cosa o los que lo hacen en plazas y bares para charlar, tomar café negro y crocantes de maní. Así es su vida, en comunión con una naturaleza que ya estaba allí y que lo seguirá estando, viéndonos desfilar ante sus ojos como lo hizo con los portugueses, los omaníes, los ingleses, o los viajeros de todos los tiempos. 
 

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Callejuelas de Stone Town. Fotografía: J.L. Meneses 

 

Paseando sin prisas por la ciudad, encuentras el hermoso parque Forondhani al que acude la gente al atardecer a tomarse una yuca a la parrilla, kebabs de carne, pan de coco o chapatti de ajo, entre otros muchos alimentos típicos, fruto de las influencias de otras culturas. A un lado del concurrido parque se encuentra el Fuerte Árabe, Ngome Kongwe en swahili, construido el siglo XVII por los árabes omaníes después de echar a los portugueses y que hoy, con sus tiendas, restaurantes y un anfiteatro donde se organizan diferentes eventos, se ha convertido en un lugar de convivencia pacífica muy visitado por toda aquel que acude a la ciudad. 

 

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Fuerte Árabe. Fotografía: J.L. Meneses 

 

El tiempo pasa volando, pero uno no puede abandonar la isla sin visitar el mercado Darajani, el más popular de la ciudad y donde, además de subastarse el pescado fresco de todos los días, encuentras todo tipo de puestos con todo tipo de productos, tanto locales como otros importados de la mismísima china y, como no, todo aquello que pueda llamar la atención del turista, como el típico sobrero kofia o la colorida falda kanga que utilizan las mujeres. Después del ajetreo del mercado, una opción para darle al cuerpo alegría, es subirse al típico velero árabe dhow y dirigirse a la conocida playa de Nakupenda, “Te quiero” si la traducimos del swahili. Al anochecer, los lugareños acuden al puerto y a la playa, a saltar desde el malecón al agua, a relajarse, a hacer piruetas, a cantar o bailar y hasta, como puede verse en la fotografía que acompaño, caer de rodillas ante la puesta de sol recordando lo que escribió Cervantes en “Don Quijote”, «Es de bien nacido ser agradecido».

 

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Anochecer en Stone Town. Fotografía: J.L. Meneses 

 

Aunque la ciudad de Stone Town ofrece de todo, la isla de Zanzíbar pone a tu alcance muchas más oportunidades de completar el viaje y volver a casa totalmente satisfecho. Nungwi es una localidad interesante para conocer el día a día de los zanzíbaris que viven fuera de la capital, para relajarte en una hamaca contemplado los turquesas o darte un chapuzón en sus idílicas playas. Se encuentra a unos 50 km de la capital y no hay kilómetro que recorras subido en un dala-dala que no haya algo que te llame la atención: los bosques con altos cocoteros; los sencillos comercios situados a uno y otro lado del recorrido con variadas frutas y otros productos para el consumo diario; los niños corriendo, jugando y cantando por todas partes; las mujeres laborando con bebés a las espaldas o los hombres, apostados en los puestos o cargando y descargan sacos de camiones y carros. 

 

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Zanzíbaris en su día a día. Fotografía: J.L. Meneses 

 

Nungwi ha sido y es un pueblo de pescadores y también de constructores de las típicas embarcaciones dhows o shu’ai que, con sus velas latinas desplegadas, se entregan a todos los vientos para que las lleven a donde quieran. En las horas en las que la marea baja, las barcas amarradas cerca de la orilla muestran sus panzas y las pescadoras de Nungwi, ataviadas con sus más o menos coloridos kangas, salen a caminar sobre las aguas en busca de algo que llevar a la cacerola: pulpos, sepias, cangrejos y pececillos acaban cayendo en sus manos por más que presuman de sus habilidades para el camuflaje. Mientras unos pescan, otros se dedican a la producción de especias como el clavo, nuez moscada, el cilantro o la pimienta, que dan tan buen sabor a las comidas. 

 

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Pescadoras de Nungwi. Fotografía: J.L. Meneses 

 

Si viajas a islas próximas del archipiélago, como la de Mnemba, súbete en una típica embarcación shu’ai en la localidad de Nungwi, relájate viendo cómo se tensa la latina y deja que te lleve, como llevaba a los swahilis en el siglo XIV. Mnemba es una de las islas más visitadas del archipiélago de Zanzíbar por su paradisíacas playas, por su riqueza marina que la rodea y por el color turquesa de las aguas que, como dice Eva Heller, procuran al viajero que se tumba a la sombra de los pinos casuarina que protegen del viento, un sosiego y una paz que ponen el cuerpo y el alma en óptimas condiciones. Después, toca ponerse las gafas, el tubo, los pies de pato y salir a disfrutar, gracias a sus cristalinas aguas, de los numerosos bancos de peces de todos los colores, formas y tamaños, de las atractivas estrellas mar, de los erizos o de los caballitos de mar que corretean por los numerosos arrecifes de coral.

 

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Embarcación shu’ai frente a la isla de Mnemba. Fotografía: J.L. Meneses 

 

«Dale a tu cuerpo alegría…», cantan Los del Rio y también estoy de acuerdo en «…que tu cuerpo es pa darle alegría y cosa buena», pero el resto de la letra es un bodrio que si no fuese por la contagiosa música no serviría ni para remendar un calcetín roto. ¿Estás dando alegría al cuerpo? Viajar es una forma, entre otras, de darle alegría y si escoges este destino, Zanzíbar, le estarás dando cosa buena. De vez en cuando conviene hacerlo, porque otras muchas cosas en la vida no sirven ni para remendar un calcetín roto. Por otro lado, si no lo haces no pasa absolutamente nada, porque muchas alegrías en la vida vienen a ti sin que tengas que dar un solo paso como, por ejemplo, la primavera.




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