Con el “33”, directo a los templos de Angkor (Primera parte)

José Luis Meneses

Las palabras se dejan querer, son versátiles, moldeables, no les importa que se las lleve el viento o viajar acompañadas hasta donde la pluma alcance. Los números, son reticentes al manoseo inapropiado, sólidos, indeformables, transparentes en la forma y misteriosos en el fondo. Dicen que el “33” es el “número maestro” y que con el “11” y el “22” forman la pirámide de la iluminación. ¡Manda carallo!, suelto al darme cuenta de que el número del artículo que voy a escribir es el mismísimo “33”, y me digo, cómo voy a avanzar con las palabras si el “33” me tiene retenido en vuelo, entre pajaritos y desasosiegos. «¡Eh, pollo, un poco de curiosidad», me dice el número maestro, «que “33” son los años que vivió Cristo; que Camboya ocupa el lugar “33” entre los 195 países miembros de la Interpol; que la temperatura del agua según Newton hierve a los “33” grados; que Dante escribió la Divina Comedia en 3 partes de “33” estrofas; que tienes que decir “33” cuando el médico te ausculta; y por si no tienes suficiente, me dice, a ver si resuelves mi ecuación: “33”=aᶾ + bᶾ +cᶾ». Desde luego, atención y respeto se merece el “número maestro”, porque el “33” me llevó directo a Camboya, a los misteriosos templos de Angkor en la provincia de Siem Reap.


1. Angkor

Templos de Angkor, Camboya. Imagen: J.L. Meneses


Hacía calor cuando salí de Ho Chi Minh City, al sur de Vietnam, o Saigón cuando se cocían habas a mansalva, en un autobús con destino a Camboya. Te lleva en unas seis horas a Phnom Penh, la capital del país y en un tempo similar, otro, lo hace hasta la ciudad de Siem Reap, donde la mayoría de los que visitan Angkor establecen el campamento base. Deberían rondar los “33” grados, temperatura promedio anual, cuando crucé el Mekong en una barcaza y que dicha calentura y el aroma a “lavanda” que desprendía mi cuerpo me acompañasen durante toda la estancia y en todo momento. Sentir el legendario Mekong bajo los pies, con el que tanto soñé en mis años mozos después de ver películas como “Apocalypse Now” o “El Cazador” entre otras, te pone en un estado idóneo para soportar el calor y cualquier otra adversidad que se presente y haya que combatir con la valentía del Capitán Trueno. Por cierto, no las hubo y la mayoría de las veces solo suceden en nuestra imaginación.


2. Ru00edo Mekong

Río Mekong. Fotografía J.L. Meneses


Los templos de Angkor fueron declarados por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad en el año 1992, más de mil años después de que el rey Jayavarman II, fundador del imperio Jemer, que dominó toda Indochina, iniciase esta faraónica construcción que descubrió para los europeos, el misionero franciscano español Marcelo Ribadeneyra en 1601, cuando se adentró en la selva para cristianizar a unos nativos que practicaban una de las religiones más antiguas del mundo, el hinduismo. No tuvo problemas con ellos, pero sí a su regreso cuando le quiso “cristianizar” la santa Inquisición por sus escritos o por salirse de madre. Los franceses, dan todo el mérito a su compatriota Henri Mouhout y yo no se lo quito, pero monsieur Mouhout fue a aquellas tierras doscientos años después de nuestro Marcelo. Aunque lo digan con todo el glamour que les caracteriza, los hechos son los hechos y como dice nuestro querido Sófocles, «Una mentira nunca vive hasta hacerse vieja».


3. Angkor Wat

Templo de Angkor Wat. Siem Reap, Camboya. Fotografía: J.L. Meneses


Volviendo a los templos de Angkor, las ideas religiosas y filosóficas que imperaban y siguen haciéndolo son el hinduismo y el budismo. El hinduismo, es una religión politeísta en la que Vishnu, junto con Brahma y Shiva, conforman la divina trinidad y cuyas funciones principales son las de vigilar las pasiones, avivar la bondad y combatir la ignorancia. Contrasta con la de los budistas, en que para estos no existe un dios o dioses a los que idolatrar y en que siguen las enseñanzas de un hombre, Siddhartha Gautama, Buda, que invita a reflexionar sobre la vida y sobre cómo vivirla para combatir el sufrimiento y alcanzar un estado de paz interior. Es curioso que, después de los años transcurridos, esta filosofía haya despertado el interés de expertos en neurología, psicología y disciplinas afines y que nos hablen de las bondades y beneficios que aporta a nuestro cuerpo y a nuestra alma la práctica del mindfulness: centrarse y liberar la mente. Hoy, científicos de todo el mundo, reconocen la importancia de las aportaciones de la filosofía oriental, las de Siddhartha Gautama o las de filósofos de la antigua Grecia como Séneca, Epicleto, Sócrates, Aristóteles o Platón. Sorprendentemente, en nuestras aulas, la filosofía tiene cada vez menos presencia. Como decía Séneca, «No hay viento favorable para aquel que no sabe a qué puerto va».


4. Monjes

Monjes budistas en Angkor Wat. Fotografía: J.L. Meneses


Estas deidades y otras imágenes budistas pueden verse esculpidas en las paredes de varios edificios: devas y asuras (dioses y demonios), serpientes con forma humana (nagas), elefantes y monos, así como escenas de combate en las que los soldados, armados con arcos, flechas, caballos y carros, aparecen pertrechados para la guerra. Uno de los bajo relieves de Angkor, el más largo del mundo de 3,6 kilómetros de extensión, cuenta la historia del imperio jemer cuando estableció su capital en Angkor y se expandió por Indochina. Los templos fueron abandonados tras la caída del imperio en el siglo XV y permanecieron ocultos en la selva durante muchos años, excepto el de Angkor Wat, que se mantuvo abierto por monjes budistas que llegaron desde “la lágrima de la India”, Sri Lanka.


5. Relieves (1)

Galería de relieves. Fotografía: J.L. Meneses


Angkor Wat se encuentra a unos seis kilómetros de Siem Reap, una distancia que se puede recorrer a pie en menos de una hora o en uno de los números tuc-tuc que merodean por el centro de la ciudad. Ningún otro espacio religioso en todo el mundo tiene las dimensiones de Angkor. Según rastreos científicos hechos con láser desde el aire, ocupan unos mil kilómetros cuadrados y forman parte del complejo más de setenta templos, entre ellos, además de los de Angkor Wat, los de Angkor Thom con el templo Bayon, el de Baksei Chamkrong, el de Ta Prohm... A la mayoría de ellos se llega a través de dos circuitos, uno corto y otro más largo que puede recorrerse con un tuc-tuc por unos veinte euros. Lo importa no es el precio, sino el que sea uno, sin venirse abajo en el estira y afloja, quien decida el lugar en el que detenerse y el tiempo que uno quiere dedicar.


6. Puerta del  sur

Puerta del sur, Angkor Thom. Fotografía: J.L. Meneses


El acceso principal a Angkor Wat es a través del puente de Naga, nombre de una diosa con forma de serpiente cobra que cruza un ancho foso que rodea todo el recinto. Por la puerta sur y tras recorrer un camino entre figuras de piedra, devas que simbolizan el bien y asuras el mal, se accede a otro de los templos destacados, el de Bayon, construido como santuario budista en el complejo de Angkor Thom, y al que se conoce por las 216 enormes caras esculpidas en las 54 torres cuadrangulares. En cada una de las paredes pueden verse esos enormes rostros tallados en piedra, sonrientes, con sus labios carnosos orientados hacia los cuatro puntos cardinales, y con los párpados entornados o cerrados invitando a concentrarse, a meditar y a encontrar la paz interior. Casi la totalidad de los templos de Angkor tienen una forma piramidal que representa al monte Meru, una montaña mítica para hinduistas porque en ella habitan sus deidades y también para los budistas porque representa, como la mandala, el centro del mundo con mares y continentes a su alrededor. El resto de las construcciones menores que pueden verse en los numerosos jardines alrededor de los templos, representan elementos de esa mandala en la que también se encuentran los seres humanos y otros seres vivos.


7. Caras Bayon

Caras del templo de Bayon, Angkor Thom. Fotografía: J.L. Meneses


Tras la caída del imperio Jemer, a mediados del siglo XV, muchos de los templos abandonados quedaron ocultos en el interior de la jungla. Las raíces de los gigantescos árboles spung tetrameles, destruyeron techos y paredes al introducirse por sus ventanas y entre las juntas de los gruesos bloques de arenisca. Muchos templos del complejo se han recuperado total o parcialmente de la selva y en muchos de ellos, como los de Ta Phrom y Preah Khan, pueden verse bloques de piedra esparcidos por el suelo, vallas y otras partes de los edificios engullidos por troncos y raíces de todos los tamaños. Tras el régimen comunista de Pol Pot y la caída de los Jémeres Rojos, arqueólogos de todo el mundo siguen trabajando en la recuperación de este conjunto de edificaciones con tanto valor cultural. Si quieres sentirte como un explorador y ver las espectaculares imágenes de la selva devorando los templos, solo tienes que caminar un kilómetro desde Angkor Thom hasta Ta Phrom y dejar que la imaginación te guíe durante el recorrido.


8. Raices

Raíces de un spung tetrameles, Angkor. Fotografía: J.L. Meneses


Los templos de Angkor son, hoy en día, un recurso turístico de primera magnitud. Es el lugar de Camboya más visitado y la cifra sigue aumentando cada año, sobre todo, después de ser declarado por la UNESCO patrimonio de la humanidad. No hay operador turístico que no tenga en su catálogo este destino, ni viajero que no tenga en su mente realizar, uno u otro día, este viaje. Los ingresos por turismo se han incrementado sustancialmente, según la Organización Mundial del Turismo, y, como consecuencia de ello, ha mejorado el nivel de calidad de vida de los habitantes de una región que fue fuertemente maltratada durante la República Popular de Kampuchea entre los años 1968 y 1999. No obstante, la calidad de vida no ha mejorado para todos por igual y todavía hay muchos que viven en el umbral de la pobreza costándoles un riñón llevar el pan a la boca. En este mundo incivilizado en el que vivimos, la desigualdad es un hecho constatable y como dice Gabriel García Márquez «El día que la mierda tenga algún valor, los pobres nacerán sin culo».


9. Jardines

Jardines y templos de Angkor. Fotografía J.L. Meneses


Finalizo este artículo con esta imagen de uno de sus templos y jardines en los que encontré la paz y el sosiego necesario para fijar la experiencia en mi memoria. Hoy, años después, he de agradecer al “número maestro” el que me haya conducido, bajo palio, a los templos de Angkor. Revivir una vez más este emocionante viaje, lejos de agotarme con el recuerdo, ha sido una invitación a dejarme ir, a entregarme sin demoras a lo que venga, ya estoy en ello… «entornados los párpados…, el 66 se acerca… abre sus puertas y vuelvo a subir al autobús que me llevaba desde la mismísima plaza de Cataluña de Barcelona a Sarriá, mi pequeño gran barrio… El ”número maestro”, sentado a mi lado, me da con el codo y me dice que del 66 un ”33” corresponde a la ida y el otro “33” a la vuelta…». He de reconocer, sin peros, aspavientos ni remilgos, que el ”numerito” me ha tenido encandilado y que, contra todo pronóstico, ha quedado hermanado de por vida con los recuerdos de Angkor.


Nota: He completado el artículo sobre Angkor escribiendo sobre la ciudad de Siem Reap y sus alrededores, pero, al haber más texto e imágenes de lo habitual, he creído conveniente dividirlo en dos partes. En esta primera escribo sobre los templos de Angkor y, en la segunda, sobre Siem Reap. Eso sí, adobados con alguna especia que los aromatice y los haga más gustosos. Si el lector opina que no es así, entonces, será todo lo contrario.





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