El “congelador ruso”, Siberia

José Luis Meneses

A mediados de enero, llegué al aeropuerto internacional Irkutsk, procedente de Moscú, en un vuelo de la compañía rusa Aeroflot por el módico precio de 57€. Hago un inciso para recomendaros la web de Skyscanner en la que pueden encontrarse vuelos baratos, sobre todo si se es flexible a la hora de escoger fecha y la de Hostelworld para alojamiento. Continúo: en el aeropuerto de Moscú Sheremetyevo, subí las escaleras del avión en un santiamén entusiasmado por viajar a Siberia, la tanta veces soñada y mapeada en mis sesos y, porque hacía un frío que casi calaba hasta el tuétano. Fueron necesarias seis horas de vuelo para atravesar los algo más de cuatro mil kilómetros que separan ambas ciudades, tiempo suficiente para explicarle a mis neuronas que la cosa iría bien si entrabamos en el “congelador” de la tierra con el ánimo encendido, subrayo encendido, y si éramos capaces de mantenerlo en llamas durante toda la estancia.


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Sur de Siberia. Fotografía aérea: J.L. Meneses


Era finales del mes de enero cuando, “termificado” de arriba abajo, puse los pies sobre la pista del aeropuerto de Irkustsk, la capital de Siberia, coronado por un ushanka (típico gorro ruso de piel con orejeras) que mantenía a salvo la capacidad de análisis y síntesis de mi cerebro. Supongo, que, para entrar en calor, mis neuronas no paraban de viajar al lóbulo frontal llevando al rincón de pensar todo aquello que había leído y visto sobre Siberia y que había influido a la hora de escoger estas fechas. Eran las pertinentes para conocer en funcionamiento el “congelador” ruso, que, con su programa principal, “la que te va a caer encima”, disuade a todo aquel que aun siendo, no se ve estando.


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Esculturas de hielo, Irkustsk. Fotografía: J.L.Meneses


Los meteorólogos utilizan la expresión “ola siberiana” para referirse a temperaturas excesivamente bajas que vienen a visitarnos y a perturbar nuestro envidiable clima. Comparado con las de Siberia, que pueden estar por debajo de los 50°C bajo cero incluso han llegado hasta a los -70°, creo que sería más idóneo hablar de “olilla pasajera”. Esas temperaturas son las habituales de los largos inviernos siberianos, porque en los cortos veranos se alcanzan los 20°, eso sí, en las regiones del sur. Cuando el “congelador” funciona y uno se acostumbra a ello con la misma resignación que usa para aguantar los improperios de los políticos, observa que la vida fluye con naturalidad por esos lares, aunque imaginemos lo contrario. El frío, imaginario, no impidió a Miguel Strogoff, siberiano de cepa, ejercer de correo del zar en la novela de Julio Verne, así como tampoco, el frío, real, hizo desistir de su propósito al anónimo pintor que exponía sus cuadros en unos jardines de Irkustsk.


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Irkustsk. Fotografía: J.L. Meneses


Los albergues y hostales son una buena opción de viaje y, la mayoría de ellos, aquí y en otros lugares, son merecedores de las “tres bes”: bueno, bonito y barato. Teniendo en cuenta que una cama en habitación múltiple puede costarte menos de diez euros, la cuestión de lo bonito y bueno pasa a un segundo plano. Normalmente están en el casco antiguo de las ciudades, lo que te permite visitarlas a pie, y se encuentran cerca de los medios de transporte. También, son baratos porque duermes con otras personas, ya sea en camas individuales alineadas como en un hospicio, en literas de dos o tres pisos, o en los actuales nichos que, apilados, dan tanto cobijo como a las larvas en un panel de abejas . Tampoco se dispone de baño privado lo que te permite practicar la tertulia y compartir el jabón que olvidan los viajeros venidos de otras partes del planeta, Como muchos de los que se alojan son jóvenes, algunos ninis progres o pseudohippis de tres al cuarto, hay que acostumbrarse a convivir con el ruido y silencio que se tercia a cada momento, tanto si es de día como de noche, lo que obliga a llevar en la mochila unos tapones para los oídos y un antifaz personalizado. Ah, el ´”pollo chino” de la foto se pone el anorak porque se iba, no porque en el albergue hiciese frío.


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Hostal Rolling Stones en Irkustsk. Fotografía: J.L.Meneses


En la Siberia remota los indígenas, seminómadas, vivían en la tundra o la taiga dedicándose a cazar, a pastorear o a tareas agrícolas, sin preocuparse demasiado de los que llegaban a sus tierras porque sabían que su aliado, el “congelador”, acabaría haciéndoles salir corriendo, pero sus previsiones no se cumplieron. A lo largo de la historia esas tierras fueron codiciadas por chinos, mongoles, tártaros y, por último, los rusos, que llegaron y se quedaron con el propósito de explotar sus recursos naturales y de extender sus dominios hasta el océano Pacífico, para convertirse, así, en el país más grande del mundo, cosa que nos permite afirmar categóricamente que, el tamaño importa. Por otro lado, también vislumbraron que, en el futuro, después de descabezar a los privilegiados zares, dueños y señores del poder político y económico, el “congelador ruso” serviría para alojar en los gulags (campos de trabajo y exterminio), a todo aquel que no comulgase con las normas, principios y valores esenciales del comunismo soviético. «¿Dónde está corazón…?», cantaría Shakira.


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Irkustsk. Fotografía: J.L. Meneses


La ciudad de Irkustsk, atravesada por el rio Angará, es la ciudad más importante de esta región del sur de Siberia, su puerta de entrada y desde donde parten medios de transporte para visitar los alrededores. Por otro lado, está muy bien comunicada no solo con otras ciudades rusas, siendo una de las paradas importantes en el recorrido del tren Transiberiano que atraviesa de este a oeste toda Rusia, sino también, con la vecina ciudad de Ulan-Bator en Mongolia y con Pekín en China.


Irkustsk es una localidad llena de vida. Sus singulares edificios históricos de madera, con sus llamativos y variados colores, se encuentran esparcidos por la ciudad al igual que las numerosas esculturas de hielo que permanecen intactas a lo largo del invierno. Además de callejear, algo muy recomendable, puedes visitar el centro histórico; la plaza principal de Kírov, enfrente del ayuntamiento y de la sede de la administración gubernamental; las iglesias ortodoxas como la Kazan, la catedral de la Epifanía; el Teatro Dramático, el más antiguo de Siberia; los museos como el de la Memoria Decembrista o las exposiciones al aire libre de pintores locales. Y, hablado del aire libre, uno no puede dejar de visitar la animada calle Uritskogo y el mercado central, donde el pescado luce con esplendor en el mismo “congelador” que tenderos, vecinos y visitantes.


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Mercado central de Irkustsk. Fotografía: J.L. Meneses


A algo más de setenta kilómetros de Irkustsk se encuentra la localidad de Listvianka, en las orillas del lago Baikal. Dicho sea de paso, para llegar hoy allí como a otros lugares de Siberia, no es necesario contratar los servicios de un nativo ussuri, como el cazador Dersu Uzala que, además de salvar la vida al explorador Vladimir Arseiev, le guió a través de la taiga durante más de treinta años. A su regreso a Moscú, Vladimir escribió, entre otros libros, “Dersu Uzala”, que se convirtió en una obra maestra de la literatura rusa (gracias, Josep por el regalo). Años más tarde, el director de cine Akira Kurosava la llevó al cine y recibió el Oscar a la mejor película extranjera en 1975. No hace muchos años, a principios de 1900, moverse por Siberia era toda una aventura que costaba la vida de aquellos que lo intentaban. La taiga o bosque boreal, plagado de abetos, pinos, alerces, abedules…, era un lugar impenetrable, pero hoy en día, moverse por esas tierras, es posible para todo aquel que se proponga hacerlo. En Irkustsk, hay varias agencias especializadas que organizan salidas, aunque a veces los precios se salen de madre.


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La taiga siberiana. Fotografía: J.L. Meneses


Listvianka, es una pequeña localidad a orillas del lago Baikal con una población que no llega a los dos mil habitantes. Las casas, de madera de diferentes colores con sus bonitas y decoradas ventanas, se alinean a uno y otro lado de la calle principal. En su puerto, permanecen ancladas las embarcaciones cuya quilla, atrapada por el hielo, inmoviliza el casco durante el largo invierno. Es, en esa época, cuando puedes caminar sobre las aguas, relajarte y disfrutar de la experiencia. Listvianka se ha convertido en un lugar turístico importante por la proximidad a la capital, Irkustsk, por el fabuloso lago Baikal y por las actividades que allí se desarrollan tanto en invierno como en verano: caminatas bordeando sus orillas; visitas al museo Toltsy sobre la arquitectura de la madera o al museo Baikal, orientado a dar conocer la flora y la fauna del lugar; relajarse en una sauna o dejar que media docena de huskys siberianos te lleven en trineo por la tupida taiga. Sea cual sea la actividad, la experiencia es impresionante y anidará en tu cerebro hasta que se apaguen las luces.


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Listvianka. Fotografía: J.L. Meneses


A los pies de Listvianka se encuentra el lago Baikal, también conocido como el Mar de Siberia, el que presume de sus más de 1.600 metros de profundidad y de ser el más grande de la tierra con una extensión de 32.000 kilómetros cuadrados, casi la misma que Cataluña. Está rodeado por montañas, por la tupida taiga y por desiertos pedregosos tapizados por las nieves del invierno. Muchos ríos vierten sus aguas en él como el Selengá, el Udá o el Chicói…, pero solo el Angará nace en él y fluye hacia Irkustsk. Las frías temperaturas de invierno hacen que se forme una capa de hielo de casi metro y medio de espesor, lo que permite transitar por su superficie tanto a pie como con aerodeslizadores. Desde Listvianka se pueden contratar excursiones hacia la isla Olkhon, la más grande del lago o el islote de Ogoy, en donde ondean “caballos de viento” en una pequeña estupa budista.


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Lago Baikal. Fotografía: J.L. Meneses


Con las fotografías y el video que adjunto a este nuevo artículo doy fe de lo escribo y, para finalizar, me saco el ushanka y certifico que el “congelador” ruso funciona a la perfección sin necesidad de pilas ni enchufes a la corriente. Deberíamos tener en cuenta la habilidad con la que las partículas subatómicas elementales, esparcidas a lo largo y ancho del universo por la mano de Dios, trabajando en equipo y utilizando técnicas complejas que la mente humana no alcanza a entender, construyeron el mundo en el que vivimos. Antes de que la parca nos lleve a otro destino, mejor sea al anochecer de los tiempos, deberíamos cuidar del que nos ha sido dado y ser agradecidos. Dicho esto, y dejando al margen mi lado “verde esperanza”, he de confesar que me cuesta un montón dar el finiquito a mi apreciada y contaminadora “furgo” de gasoil. Sé, que lo acabaré haciendo, pero hoy no, quizás mañana.





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