Reino Unido, tras el “Brexit” de los 6.000 a.C.

José Luis Meneses

Oh, ¡my Good!, disparo a bocajarro al introducir mi “furgo” en el enorme vagón que me llevará, por las profundidades del Canal de la Mancha, desde Calais en Francia hasta Folkestone en el Reino Unido. Tras empalagosos días preparando documentos: pasaporte, visa, vacunación completa, PCR del día 2 (dos días después de llegar), declaraciones de honor y de ejercicios linguales paso, por fin y sin incidencias, los numerosos controles de seguridad incluido el de hocico de pastor alemán. Un empleado del Eurotúnel me indica amablemente que la introduzca por detrás, y mi “furgo” avanza lentamente atravesando vagones hasta detenerse, dócilmente, tras el vehículo que me precede. En cuestión de segundos, unas compuertas salvaguardan figura y compostura en un compartimento estanco, una gentileza británico-francesa para evitar aglomeraciones si cundiese el pánico. El convoy, se pone en marcha y a través de un ventanuco veo perderse la luz del día y encenderse la de la esperanza al sumergirnos en las profundidades del Canal. Oh, my Good!, imploro de nuevo mientras aseguro el cierre de la ventanilla por si al fluido marino se le ocurriera venir a importunarme en esos momentos en los que uno repasa los santos sacramentos y se encomienda al Altísimo: 35 minutos, 60 metros por debajo del nivel del mar, 40 bajo el lecho marino y un tramo de unos 55 kilómetros, palmo más palmo menos.


Eurotúnel, Canal de la Mancha. Fotografía: J.L. Meneses

Eurotúnel, Canal de la Mancha. Fotografía: J.L. Meneses


Oh, my Good!, me digo nada más salir del agua sin mojarme y escuchar en un inglés fluido «take the raight lane and turn at the roundabout...» y sin dejarle acabar, más por educación que por haber entendido lo suficiente, le suelto un «yes, thank you» que queda anclado en mi boca durante el mes, día más día menos, de deambuleo por esos parajes. A pocos metros, cuando ya no me ve, me detengo y entrego mi suerte al GPS. Estoy contento, muy feliz y casi llegaría al éxtasis si no fuese porque algo me revuelve las tripas y, no es porque viaje a tierras inhóspitas donde el idioma es un misterio, sino porque donde voy es a la vuelta de la esquina, al sudeste de Reino Unido y soy consciente de que hasta la promoción de la tortilla de patatas se va a atragantar en mi boca. Largar velas no me cuesta, pero lo que me altera es hacerlo, una vez más, sin el suficiente dominio de una lengua que me facilitaría darle al palique cuando se terciase. Dicho sea de paso y sin querer ofender, aunque si ofendo no pasa nada, nuestro país se sitúa en cuanto al conocimiento del idioma inglés a la cola de los países europeos y me pregunto, ¿estará la solución en la práctica del ulular bereber?


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Entre las diferentes opciones de viaje, está la de establecerse en un lugar fijo, aunque sea por algunas pocas semanas. Alquilar una casa te permite seguir con tus actividades habituales como leer, escribir, ir al supermercado, cocinar o hacer la siesta sin que nada ni nadie perturbe tu ánimo. Otra de las ventajas es que puedes conocer a la gente del lugar, observar su carácter, aprender de sus costumbres y de unas tradiciones forjadas a lo largo de miles de años de historia. Britania, Northumbria, Mercia, Anglia, Wessex, Kent, Wales, Alba… nacieron de las invasiones de romanos, vikingos, anglos, sajones, jutos… responsables del ser y el devenir de los nativos britones. Tan variada y ajetreada historia ha dejado en su ADN la necesidad y aspiración a ser ellos, a trazar y recorrer su propio camino tal como les fue concedido hace 6.000 años a.C. por un Dios que provocó una glaciación que hizo aumentar el nivel del mar y como consecuencia de ello, la lengua de tierra que unía el Reino Unido con el continente Europeo quedó sepultada bajo las aguas que hoy transitan por el Canal de la Mancha. Aquello si que fue un auténtico “Brexit” de cojones.


Unnamed (7)Buttons Line, Wadhurst, UK. Fotografía J.L. Meneses

Buttons Line, Wadhurst, UK. Fotografía J.L. Meneses


Retomando el tema del alojamiento, lo señalo como una buena opción porque también te permite conocer, a ritmo sosegado, todo aquello que se encuentre en un radio de unos 100 km, una distancia cómoda para desplazarte cada día y para sentirte viajero-residente y no un turista que, debido a los apretados programas, va de arriba abajo a golpe de pito. En casi un mes de estancia tan solo pude visitar dos de los catorce condados del sudeste de Inglaterra, el de Kent y el de East Sussex, situados al sur del transitado río Támesis. Esta región es la más poblada del Reino Unido y un claro ejemplo de que se puede vivir juntos, pero no revueltos. Las estrechas carreteras unen en un sin parar casas particulares, pueblos, ciudades, castillos, abadías, bosques frondosos y verdes campos en los que pacen, entre otros animales, las típicas ovejas inglesas suffolk, de cara y patas negras y cuerpo de lana blanca. De entre las ciudades y pueblos visitados de estos condados de los que incluyo algunas imágenes en el video que acompaño: Ashford, Maidstone, Hastings, Eastbourne, Royal Tonbridge Wells, Lamberhust o Wadhurst, la localidad por excelencia que uno no puede dejar de visitar es Canterbury.


Catedral de Canterbury. Fotografía: J.L. Meneses

Catedral de Canterbury. Fotografía: J.L. Meneses


Dicen que el pueblo de Canterbury es el más bonito de Inglaterra y la verdad es que sobrepasa las expectativas que uno pueda tener antes de visitarlo. La armonía en el paisaje urbano alegra la vista y su catedral gótica, es la sede del arzobispo de la iglesia anglicana. Desde 1988 está inscrita en el Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO junto con la iglesia de San Martin, la más antigua de Inglaterra, y la Abadía de San Agustín, sede del primer arzobispo de Canterbury. La arquitectura de la catedral y también la de Winchester en Londres, es espectacular y, tanto una como otra, son de obligada visita tanto su interior como su claustro y jardines.


Afluente del Stour atravesando la ciudad de Canterbury. Fotografía: J.L. Meneses

Afluente del Stour atravesando la ciudad de Canterbury. Fotografía: J.L. Meneses

 

Por Canterbury pasa el Stour, un rio navegable que desemboca en el Canal de la Mancha. Sus afluentes serpentean por la localidad recordándote Venecia. La muralla que rodeaba la ciudad fue levantada por los romanos y reforzada posteriormente por los anglosajones para protegerse de los vikingos y de otros invasores. Salieron ilesas de la Guerra de los Cien Años y fueron quemadas durante la Guerra Civil Inglesa y, por si no fuera suficiente, sufrieron los bombardeos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Todavía pueden verse torres y partes de ella por toda la ciudad mientras paseas por sus calles y contemplas los singulares edificios que embellecen la metrópoli y te acercan a su historia. Fue en esta ciudad donde coronaron reyes y reinas, como Isabel II o donde Geoffrey Chaucer se inspiró en el siglo XIV para escribir “Los Cuentos de Canterbury”, una obra que relata la vida social de esa época.


Jardines y castillos. Ledds Castle, Kent. Fotografía: J.L. Meneses

Jardines y castillos. Ledds Castle, Kent. Fotografía: J.L. Meneses


Si la ciudad de Canterbury es algo que uno no puede perderse si uno visita el sudeste de Inglaterra, tampoco puede dejar de visitar una serie de castillos y abadías rodeados de jardines espectaculares y que los ingleses mantienen muy bien cuidados en los condados de Kent y de East Sussex. En ese radio de unos 100 km que mencioné anteriormente, se pueden visitar cómodamente algunos de ellos, como el de Scotney, Leeds, Hever, Bodian, Sissinghurst o Batlle. El entorno natural en que se encuentran está conformado por extensos campos de tupida hierba verde, de árboles centenarios, de variadas y frondosas plantas de tallo bajo cuidadosamente distribuidas y de flores de todos los colores imaginados. Todo ello, por separado y en su conjunto, son un atractivo de primera magnitud para todos aquellos que quieran disfrutar del sosiego merecido y la belleza materializada. Como escribe Aute, «la vida es bella a pesar de los pesares» y, por lo que pude observar, el amor sigue floreciendo en todos los lugares y en todas las estaciones del año y cuando llega, porque suele llegar, florece y, como canta una Rosalía, «si le dan a elegir se queda contigo» (https://youtu.be/PhFV9bSNI7I). No me extraña, que los asistentes a los Premios Goya de 2019 en Sevilla les cayesen las lágrimas al escuchar la voz de esta joven catalana que canta con el acento que le da la gana.


Herver Castle, Condado de Kent. Fotografía J.L. Meneses

Herver Castle, Condado de Kent. Fotografía J.L. Meneses


Llueva o haga sol, haga frio o calor, estos castillos son muy visitados por los ingleses. En familia o en pareja acuden los días festivos o periodos vacacionales y muchos de ellos aprovechan para hacer un picnic en los campos y jardines de sus alrededores. Muchos de los castillos están museificados, lo que permite acercarse a su historia y a la de los reyes y nobles que los habitaron mientras recorres sus diferentes estancias. Hay que reconocer el esfuerzo que han puesto los ingleses en ello y, hoy en día, son una fuente importante de ingresos que permiten crear empleo y mantener en condiciones las instalaciones. Una parte de esos ingresos proviene de las cuotas de la membresía social. Una moderada cantidad anual, permite la entrada gratuita o reducida al castillo cuantas veces se desee, recibir noticias, asistir a cursos o eventos o practicar el golf entre otras muchas actividades. Otra parte importante de los ingresos proviene de festejos al aire libre y del alquiler de las instalaciones para diferentes celebraciones: conferencias, bodas y banquetes, cenas navideñas... Si no fuese porque me salía de presupuesto, me hubiera echado una siesta en algunos de los lechos reales.


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Acantilado Seven Sisters, East Sussex. Fotografía: J.L. Meneses


Uno no puede dejar de visitar en estos condados, además de sus frondosos bosques, la perfilada costa del sudeste de las islas británicas. Parte de esa costa está formada por impenetrables murallas rocosas, como los acantilados blancos de Seven Sisters o los de Dover, otra, por bonitas y visitadas playas como las de Hastings, Brighton, Camber Sands o Margate. Estas costas guardan en su memoria el “brexit” de los años 6.000 a.C y las continuas incursiones de aguerridos guerreros que invadieron a lo largo de miles de años las islas británicas. Dada su proximidad al continente diríamos que fue y sigue siendo una de las principales puertas de entrada al Reino Unido, ya sea en ferry, a través del Eurotunel o nadando, como hizo la estadounidense Gertrudis Ederle hace 90 años.


Después de una agradable estancia siempre hay una feliz despedida y esta se produjo el la pequeña localidad de Lamberhurst. Días atrás, habíamos visitado la localidad invitados por unos amigos que regentan la acogedora cafetería Teise&Coffee situada en la calle principal y pudimos degustar los excelentes pasteles caseros que preparan con esmero y profesionalidad. El final de este viaje no pudo ser mejor, invitados de nuevo por estos amigos, asistimos a unos llamativos fuegos artificiales y luego, nos llevaron a cenar a un restaurante en el que disfrutamos de su compañía en esas últimas horas, adobadas con una abundante y sabrosa comida y, por encima de todo, del valor de la amistad.


Oh, my Good!, qué recuerdos más bonitos. 





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