734 escalones. "Tic, tic, tic tic, tic…"

José Luis Meneses

Ha pasado una semana y todavía me tiemblan las piernas. Me imaginaba que después de haber estado en el Everest o en la Monte de las Tentaciones, mis piernas, como mi mente, estarían encantadas de acometer este nuevo reto. Lo del Everest con sus 8.849 metros fue más sencillo, porque una avioneta domesticada me llevó desde el aeropuerto de Katmandú hasta la majestuosa cima sobre la que pude poner un ojo en tierra, el trabajador, porque el vago se quedó traspuesto. Lo del Monte de las Tentaciones también lo afronté con valentía ayudado por un teleférico que me llevó hasta el lugar, hoy monasterio, dónde Jesús fue tentado por el diablo sin conseguir que cayera en la trampa. En mi caso, al diablo le basto una simple piedra para que, ensimismado y emocionado por la experiencia que estaba viviendo, cayera de bruces y mandara a freír espárragos al cuarto metatarsiano, también llamado de Jones quizás porque “cojones” es la primera palabra que sueltas al aterrizar.


Después de estas hazañas, más propias del Hombre Araña o de Superman, lo de enfrentarse a 734 escalones parecía cosa fácil de acometer a base de músculo, pulmón y paciencia. Yendo mermado de las tres cosas y pese a las advertencias de peligro para mayores de cincuenta años, pensé que no quedaba más remedio que ponerle “bolas” al asunto si quería escribir este artículo que se había alojado entre ceja y ceja.


1. Tunel subterru00e1neo a Fort Libu00e9ria

Tramo de los 734 escalones de Villefranche de Conflent a Fort Liberia, Francia. Fotografía: J.L. Meneses


Los peores meses para viajar son aquellos en los que la mayoría de las personas que trabajan y estudian tienen vacaciones. En nuestro país es así y los viajes se concentran en los periodos navideño, de semana santa o de verano. En esos periodos, los pájaros cantan, las nubes se levantan y los precios se elevan hasta obligarle a uno a trabajar horas extra el resto del año. En mi caso, dichosamente jubilado después de lo currado, viajo cuando la gente cumple con sus obligaciones para ganarse el sustento que sustenta todas las cosas. En esta ocasión, harto de confinamiento y de Covid ,decidí hacer una corta escapada este reciente mes de agosto del año en curso.


Después de visitar a familiares en Blanes y Llança, y de zambullirme en las cálidas aguas del Mediterráneo, a las que echo en falta todos los días del año desde las altas cumbres de los Pirineos, puse a rodar mi pequeño apartamento de 9,9 metros cuadrados y me dirigí hacia esa Francia que los franceses aman con locura desde su nacer hasta su sepultura. Con su “Vive la France” se me pone la piel de gallina y diría que nuestros huevos serían más apreciados si hiciésemos lo mismo. Tras pasar la frontera, la misma en la que se ponían trabas cuando se iba a ver pelis porno a Perpiñán en tiempos de Paco, me dirigí hacia Colliure, localidad francesa de los Pirineos Orientales. ¡Ojo al dato!, que te pidan el certificado de vacuna contra el bicho es algo que uno va a encontrarse a cada paso, también al entrar en restaurantes y en peajes de autopistas, por lo que no vale la pena arriesgarse a viajar a Francia si uno no va pinchado, me refiero en el músculo deltoides y no en cualquiera de las venas del circuito corpóreo.


2 Colliure

Colliure, Francia. Fotografía: J.L. Meneses


Ya en Colliure y tras ese pino mediterráneo, las azules aguas y las rojizas tejas árabes, comparten entorno en armonía a la derecha de la imagen con la iglesia de Notre Dame des Anges y su imponente campanario y, a la izquierda con el Château Royal, fortaleza que durante varios siglos formó parte del reino de Aragón como otras localidades del Roussillon hasta que, en el siglo XVII y por el Tratado de los Pirineos, se incorporó al reino de Francia. Al margen de las huellas de reyes, reinos y religiones en las que cada cual arrima el ascua a su sardina, Colliure es un pueblecito encantador que suma a los colores de los edificios de sus estrechas calles y sus balcones en flor, la cálida luz del atardecer típica de nuestro apacible mar inmenso. Un entorno de ensueño que inspiró a artistas como Picasso, Matisse, Chagall…, hasta tal punto, que llegó a conocerse Colliure como la “Ciudad de los Pintores”.


Además de lo mencionado, hay muchas cosas más que ver y hacer en Colliure sobre las que el viajero avezado encontrará sin dificultad información en las numerosas y detalladas guías de viaje. Respecto al viaje de paso que yo realicé, no pude dejar Colliure sin ir a presentar mis respetos al sevillano universal Antonio Machado que, tras nuestra fratricida guerra civil, pasó sus últimos días en esta localidad. En un papel arrugado encontrado a los pies de su lecho de muerte, había estos versos escritos a lápiz que ya había publicado y que quiso modificar a última hora. Después, cerró los ojos en compañía de su amada, la poesía.


“Y te daré mi canción:

Se canta lo que se pierde

con un papagayo verde

que la diga en tu balcón”


3 Pepe's home

My little mobile home. Fotografía: J.L. Meneses


Reanudé mi corto viaje veraniego, viento en popa y a toda vela, tras una parada técnica de avituallamiento y adormecimiento en el área de servicio Air du Village Catalan, en dirección a Villefranche de Conflent, a algo más de setenta kilómetros de Colliure.


A sugerencia de mi hermano Miguel, mientras disfrutábamos de una sabrosa paella de marisco cerca de la Palomera en Blanes, hice un parada en la localidad de Ceret, famosa por su museo de arte moderno en el que se exponen obras de pintores tas prestigiosos como Picasso, de Gris, Matisse, Miró, Tapies… Sentado en el Gran Café, cierras los ojos para viajar en el tiempo y encontrarte tertuliando con esas grandes personalidades del arte y de la cultura a las que debemos tanto y agradecimos tan poco en su tiempo. Antes de partir de Ceret, no está de más echarle un vistazo a la iglesia de Saint Pierre, al Pont du Diable o a la plaza de toros en la que siguen celebrándose, pese a quien pese y sea capaz de soportarlo, corridas de astados dada la afición taurina de los ceretans. Sobre todo, hay que ser abiertos y no deberíamos entrometernos en con cuales corridas puede uno deleitarse.


4. Villefranche

Villefranche de Conflent, Francia. Fotografía: J.L. Meneses


Y, por fin, Villefranche de Conflent, asignatura pendiente que debía cursar antes de que el Lebeche se me lleve a toda leche al otro lado de “el dar” y “el recibir”. Me alojé en mi “9,9” frente a la puerta de Francia de la inexpugnable fortaleza que el marqués de Vaubam, ingeniero militar bajo la corona de rey Luis XIV, conocido como “Le Roi Soleil”, mejoró para proteger la ciudad. Su altos muros y los ríos Têt, Cady y Rotja delimitaban un espació en que se ubicaban y siguen haciéndolo las casas particulares, los talleres de artesanos y los sitios de interés de la ciudad. Nada quedaba sin protección de los desalmados y codiciosos invasores que, a lo largo y ancho de la Guerra de los Treinta Años entre Francia y España y que acabó con el Tratado de los Pirineos en 1659, rondaban por esos lares.


5. Puerta de Francia

Porte de France. Fotografía: J.L. Meneses


La ventaja de dormir frente a la Puerta de Francia es que, a primera hora de la mañana y en pleno mes de agosto, no hay una alma santa circulando por las calles, lo que te permite pasear sin distracciones y fotografiar lo que se te antoje sin que en la estampa salgan piernas semi desnudas, barrigones, mascaretas, chancletas o sombreros de paja y gafas de colección. Es un delito mayor combinar esas licencias veraniegas con la sacrosanta iglesia románica de Saint Jacques del siglo XII con su pórtico de mármol rosa, con las excepcionales murallas línea Vauban, con el puente de Saint Pierre o la acampanada torre del ayuntamiento entre otras lindeces. Ahora, si el motivo es otro incluso si no existe motivo o está por llegar, podría calificarse de deliro menor, incluso podría no ser delito.


6. Rue de Saint Jean

Rue de Saint Jean. Fotografía: J.L. Meneses


 A media mañana, las plazas y calles se van animando. Los comercios abren sus puertas y los turistas empiezan a pasear por ellas en busca de recuerdos que les harán recordar, al regresar a sus labores cotidianas, que hubo un momento en el que se permitieron campar por sus fueros y ejercer su libertad escogiendo este destino con el que calmar el estrés y alimentar sus sueños viajeros. No se equivocaron porque, además de lo expuesto, este destino turístico de primera magnitud ofrece la posibilidad de visitar el Fuerte Libéria, yo diría que es una visita obligada, les Grutas de Canalettes a poca distancia de Villefranche de Conflent y de las que dicen que el día y la noche no existen, o subirse al Tren Amarillo, también conocido como “el Canari”, para disfrutar durante los sesenta y dos kilómetros de recorrido de vistas espectaculares y de toda la belleza del entorno.


7. Fuerte Libu00e9ria

Fuerte Libéria. Fotografía: J.L. Meneses


La joya de la corona se encuentra sobre el monte Belloc, es, el Fuerte Libéria del que ya hemos mencionado sus 734 escalones subterráneos que dan acceso al mismo (aproximadamente 50 pisos). Es considerado uno de los mayores del mundo, aunque los 11.674 escalones del Monte Niessen (más o menos 778 pisos), echan por tierra mi particular hazaña.


El fuerte fue construido por el Marqués de Vauban en 1681 y fortificado entre 1850 y 1856 por Napoleón III. Desde él podía vigilarse el valle del Têt y en él, convivían los soldados de una tropa que podía de hasta cien. Desde un desnivel de 180 metros el fuerte ofrece una generosa vista de los Pirineos Orientales y de la ciudad amurallada de Villefranche de Conflent, como si de una maqueta se tratase. Las características arquitectónicas son las mismas que las de otras fortificaciones que Vauban diseñó y que se construyeron en lugares estratégicos de las fronteras de Francia: garitas de vigilancia, muros inclinados, plantas escalonadas… Todas ellas fueron añadidas por la UNESCO a la lista del Patrimonio de la Humanidad.


En el interior, además de la plaza de armas, puede verse una muestra de los alojamientos de los soldados y de otras estancias en las que se desarrollaban las actividades cotidianas como paquetería-economato, comedor, panadería… La capilla, la cisterna de agua, la prisión de las Damas, las cañoneras y los bastiones son otras de las muchas cosas que hacen que el Fuerte de Libéria sea una visita obligada. En las fotos y video que acompañan este artículo veraniego, doy muestra fidedigna de todo ello.


8. estancia fuerte

Estancia del Fuerte Libéria. Fotografía: J.L. Meneses


"Tic, tic, tic tic, tic…"


Según noticias de última hora que llegan a mi conocimiento, los propietarios del fuerte disponen de un 4x4 que hace el recorrido por un sinuoso y empedrado camino desde el bar Le Canigou en Villefranche de Conflent hasta la puerta del amurallado complejo del Fuerte Liberia por tan solo 12 €. También, si uno quiere ahorrarse el calvario de los 734 escalones, hay un sendero que permite el acceso a pie. Como dice el proverbio chino, "buena suerte, mala suerte, quién sabe" Hoy, recuperado de mis dolencias musculares, pienso que fue buena la suerte de no enterarme de esas alternativas porque la experiencia “734”, tan dolorosa como la que procuraron los clavos a Cristo, no la hubiera vivido ni en sueños.




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