China, Myanmar, Laos, Tailandia, Camboya y Vietnam

Mekong, el río de la vida y de los seis nombres por el que navegó la muerte

José Luis Meneses

Un amigo de la infancia con siete nombres: Ciriaco, Jesús, Del Milagro, Norberto, Sebastián, Blanes, Tort, sacudió el árbol con fuerza y caí como fruto maduro. Aprendí, entre otras cosas, que de la experiencia se aprende; que la distancia más corta entre dos puntos es la línea recta; que el trayecto más largo no dura toda la eternidad; o que, salvar los sesos es mejor que fracturar el pisiform de la muñeca. Menos mal, que siempre había un Ángel que solía socorrerme en todo lo que podía, aunque, en esta ocasión, solo estirase de mi mano con una cuerda mientras el doctor Savala se entretenía recolocando los huesecillos en mi muñeca.


Recordando este hecho bajo el sol y la sombra de un arce japonés se abrió paso entre los enmarañados circuitos de mi memoria mi viaje por el Mekong, un río bautizado con seis nombres, uno por cada país que pasa. Pero el Mekong no se está de palabrerías y, ajeno a nombres, fronteras y otras caciquerías, desciende desde las cumbres más altas del mundo, a veces con brío, a veces sereno y muchas otras como le da la gana, hasta los mares donde suelen ir los ríos a morir en paz, aunque, en ocasiones, ni morir en paz le dejan al río.


No había que darle más vueltas, me levanté presto y con la sombra adherida a la espalda y con el “kong, kong…” del tambor tibetano zumbando en mis oídos, subí treinta escalones hasta las boardillas de casa recordando el río de la vida y de los seis nombres por el que navegó la muerte.


0. Mapa Mekong

Mapa del río Mekong. Figura: J.L.Meneses


El río Mekong, con casi cinco mil kilómetros de longitud, es uno de los diez ríos más largos del mundo. Para hacerse una idea de su tamaño, es como ir cinco veces de Barcelona a Paris. Nace en las estribaciones de la cordillera del Himalaya, en la meseta Tibetana-Qinghai de China y se adentra en las altas montañas de la provincia de Yunnan. Un lugar conocido como “Shangri-La”, que James Hilton inmortalizó con la famosa película “Horizontes perdidos” en 1934, aunque la faena la remató la UNESCO 69 años después de declarar este número, quiero decir zona, Patrimonio de la Humanidad. Como suele decirse «las cosas de palacio van despacio», haya o no haya reyes o controversia de por medio.


En esas montañas a casi cinco mil metros sobre el nivel del mar, se encuentran las fuentes de tres ríos: el Yangtzé, que no sale de su China; el Salween, que se atreve a jugar fuera de casa; y el que anida en las sonrisas y lágrimas de media humanidad, el Mekong, que campa por sus fueros por toda Indochina. Los tibetanos le llaman Dza Chu "agua que nace de los peñascos"; en China, Lancang Jiang "río turbulento”; en Laos, Mae Nam Kong "madre de todas las aguas"; en Camboya como Tonle Thom "gran río"; y, finalmente en Vietnam, cuando se sale de madre y sus envejecidas aguas van a parar al mar de la China, le llaman Cuu Long "río de los nueve dragones". Puestos a ponerle nombres, le pondré el del séptimo día, “Domingo”, para reivindicar su derecho al merecido descanso.


1. Mekong (1)

Río Mekong. Fotografía: J. L. Meneses


Como escribió Ya’qubi, en el siglo IX después de Cristo, «quien quiera ir a China debe atravesar siete mares, cada uno con su propio color, viento, peces y brisa» Reales o mitológicos, es la ruta hacia Oriente, aunque los navegantes venecianos utilizaban esta misma expresión “navegar los siete mares” para referirse a las habilidades náuticas. En mi caso, que es el que conozco, más real que mitológico, llegué a la provincia de Yunnan después de atravesar China de norte a sur procedente de Mongolia. No tarde en obsequiar a los lugareños del norte con los atuendos super térmicos que protegieron mi cuerpo, en pleno mes de enero, de los treinta y cuarenta grados bajo cero de Siberia y Mongolia. Cuando llegué a Yunnan a finales de mes, reinaba una temperatura primaveral que invitaba a zambullirse en las aguas de cualquiera de sus imponentes ríos y riachuelos.


Lanzándote, metafóricamente, sobre las primerizas aguas del Mekong que fluyen sin cesar de las entrañas del Tíbet cuando la cordillera del Himalaya se abre de piernas a más de cinco mil metros de altura, desciendes más de dos mil quinientos metros a velocidad de vértigo por la provincia de Yunnan. Sus aguas, bajan por angostos caminos creciendo sin parar en su primer tramo de vida con el brío y la frescura de un infante. No me sorprende que los chinos pusieran a sus aguas el nombre de “río turbulento”, ni tampoco, aunque sí me entristece, las turbulentas relaciones de china con los tibetanos desde hace más de setenta años motivadas por la codicia territorial. Hay un proverbio chino que dice: «la ambición mató al ratón» por lo que, más tarde que nunca, el Tíbet volverá a ser de los tibetanos.


2. Lijiang, Yunnan, China

Lijiang, provincia de Yunnan, China. Fotografía: J.L.Meneses


Una de la localidades que uno no puede perderse en su viaje por estos lares, es la de Lijiang. Su casco antiguo, permite hacerse una idea de cómo era y se vivía en la antigua china. Sus estrechas calles siguen empedradas, los tejados de las casas con aleros curvados, el quehacer de sus vecinos, las plazas, los numerosos canales y el lago del Dragón Negro, desde donde puede contemplarse las altas cumbres de las montañas presididas por la llamada Dragón de Jade, de más de cinco mil quinientos metros de altitud y coronada por nieves perpetuas.


Esta provincia china, que atraviesa el Mekong por su parte occidental, es una de las más visitadas por los turistas chinos que, en masa y con pasta fresca en el bolsillo, pululan como zombis programados impidiendo la necesaria relajación que se precisa para la contemplación de esta maravilla catalogada como Patrimonio de la Humanidad. Además, van siempre en grupo, gritan más que nosotros, son lentísimos fotografiando y es fácil sufrir alguna que otra colisión debido a su vista miope, o algún paraguazo, aunque no haya nube en el cielo que amenace lluvia. Van a lo suyo. Recuerdo, que descansando en un banco llegó un grupo de chinos, se fueron sentando y acabé fuera de él y de la meditada toma fotográfica. Dicho esto, he de aclarar que los chinos son buena gente, muy trabajadores y están muy orgullosos de su país, de su cultura y de sus costumbres. Quizás, deberíamos tomar nota y no despotricar tanto de lo nuestro.


3. Triu00e1ndulo de Oro

“Triángulo de Oro” confluencia de tres fronteras: Laos, Myanmar y Tailandia. Fotografía: J.L.Meneses


Cuando el Mekong abandona China lo hace crecido, con la arrogancia de un adolescente, sabe que su papel en este mundo es vital y que la geografía política ha de estar definida por él. Se erige como frontera natural entre Laos y Myanmar a lo largo de un tramo de unos doscientos cincuenta kilómetros hasta encontrarse con Tailandia en un punto conocido como “El Triángulo de Oro”. Allí, como un joven enamorado, el Mekong se funde en un abrazo con el río Ruak que llega de Myanmar para, sin necesidad de un “si quiero”, besarse del anochecer al alba y mantenerse unidos hasta morir en el mar. Quiero recordar “El Triángulo de Oro” por ese acto de amor que la naturaleza nos obsequia con su sabiduría infinita y obviaré comentarios sobre los traficantes de opio que hicieron de este enclave unas “galerías comerciales” del opio por las que transitaba la ociosidad provocando a la muerte.


Pero el Mekong no es ocioso, sigue su curso hacia el mar, con madurez, haciéndose merecedor del descanso dominical. A lo largo de mil ochocientos kilómetros, Laos permanece a su izquierda y Tailandia a su derecha, invitando a ambos países a construir “puentes de amistad”, el último, el construido en 2013 que hermana las poblaciones de Houei Sai en Laos y Chiang Khong en Tailandia. Generoso siempre y crecido en su saber y hacer, tal como se espera de un adulto, abastece a millones de indonesios de peces variados, de verde que encienda los árboles del Edén y de agua para sus campos de arroz y para que los niños se bañen con derecho a crecer como seres humanos.


4. Luamprabang, Laos

Luamprabang, Laos. Fotografía: J.L.Meneses


Antes de entrar en Camboya, el Mekong se abre y de su vientre laosiano emergen “cuatro mil islas”, nombre con el que se conocen porciones de terreno de todos los tamaños de las cuales solo tres de ellas están habitadas, Don Khong, es la mayor en extensión y la más poblada. En ella, vive gente sencilla en casas humildes, cultivadores de arroz, de palma de azúcar y pescadores habilidosos que transitan por los saltos de agua y cataratas como los equilibristas de un circo. La paz y la armonía reina en este lugar en el que desde hace algunos años también ha puesto los pies y el corazón el viajero. Sería deseable que el turismo de masas no acabase con este paraíso como ha sucedido en otras partes. Pienso, que todos podemos disfrutar de las maravillas que nos ofrece la naturaleza, pero es imprescindible que la actividad turística sea regulada para que los entornos naturales que regalan belleza en abundancia no pierdan un nuevo enclave.


5. Phon Phen, Camboya

Phnom Penh, Camboya. Fotografía: J.L.Meneses


Entré en Camboya desde la Conchinchina, sur de Vietnam en la actualidad, tras pasar la frontera por la localidad de Moc Bai y atravesar una vez más el Mekong. A unos ciento setenta kilómetros desde la frontera se encuentra la capital, Phnom Penh, en las llanuras bajas de Camboya y en la confluencia de los ríos Mekong y Tonle Sap. Sentado en el malecón del paseo es difícil no emocionarse con las luces y colores del crepúsculo reflejándose en las aguas o viendo a sus habitantes acompañar sus oraciones con baritas de incienso que encienden al anochecer en memoria de los millones de camboyanos que tiñeron las aguas con su sangre durante genocidio llevado a cabo por el régimen comunista de los Jemeres Rojos a las órdenes Pol Pot (véase, si se quiere ver, mi artículo “Los gritos del silencio” publicado por Catalunya Press el pasado mes de diciembre).


Disponer de tiempo en Camboya es fundamental para visitar la ciudad de Phnom Penh, sus templos, palacios, museos y su gente, bien merecen una misa. Y, más allá de la ciudad, siguiendo el curso de del río Tonle hacia el norte, llegas a la ciudad de Siem Riep, a las aldeas de sus alrededores y a los Templos de Angkor, Patrimonio de la Humanidad. Sobre este país se podrían escribir más artículos que las cincuenta y nueve cuentas de un rosario católico o de las 33 del tasbih islámico, si pudiese hacerlo, pondría énfasis en esfuerzo de los camboyanos por superar las atrocidades sufridas y en constatar la belleza del entorno y su cultura milenaria. Ahora, toca seguir el viaje emprendido.


6. Mekong, Vietnam

Delta del Mekong. Fotografía de J.L.Meneses


Las aguas del Mekong, las que nacieron en el Himalaya, llegan teñidas y cansadas a su penúltimo destino después de navegar con la esperanza de llegar a buen puerto. Ya estamos con él, en Vietnam, en el Delta del Mekong, también llamado por los vietnamitas “río de los nueve dragones” y que según su mitología representa la vida y la prosperidad. El delta es una zona muy extensa y fértil, llena de islotes, de campos de arroz, de verduras, de árboles frutales y de canales que serpentean por todos los rincones y a los que se llega, desde la ciudad de Ho Chi Minh, antigua Saigón, por el cauce del Mekong. En Los mercados flotantes, como el de Cai Rang, Phong Dien, Cai Be…, se lleva a cabo una intensa y ordenada actividad comercial a lo largo y ancho del río, mientras a sus costados, modestas casas apuntaladas sobre las aguas dan cobijo a los pescadores del pez oreja de elefante, del pez gato, de las carpas, de pangas y un largo etcétera de todos los sabores, colores y tamaños. El Mekong, anciano y extenuado, contempla con satisfacción el hacer de las aguas dándolo todo a cambio de nada. Sin prisas, recompensadas por la brisa del Xie, caminan sobre las cálidas orillas del mar de la China y se adentran, desnudas de equipaje como escribió Machado, en el Mar Eterno.


7. Mar Eterno

Mar Eterno. Fotografía: J.L.Meneses


Por el río Mekong, el de los siete nombres, ha transitado la vida y la muerte a lo largo de su recorrido y en todos los tiempos. El Mekong ha sido y será la madre que ha dado el pecho a millones de personas y Azrel, el ángel de la muerte, que se ha llevado por su cauce, más por guerras que por motivos naturales, a más de los que somos capaces contar y de poner un solo nombre. Una vez más, politicuchos de tres al cuarto y caciques de todas las calañas armaron la de Dios es Cristo en uno de los reinos de este mundo. La sangre, de más de diez millones de personas se vertió sobre las aguas del Mekong durante las guerras de Vietnam y de Camboya y Azrel, el compasivo ángel de la muerte, la llevó mar adentro para que descanse en la inmensidad del azul hasta la eternidad.


El Mekong, cumplió con el cometido que el Dios le había encomendado: nacer, crecer y servir a la humanidad con su bien más preciado, el agua, y dejar, en el curso de su vida, evidencias de generosidad y grandeza, para que de ellas naciera la vida, el arte, la cultura y suficiente belleza para atenuar el dolor causado por la mediocridad humana.





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