El color de los dioses

José Luis Meneses

La mar es inmensa

no puedo cruzarla

no puedo volar sobre ella

prepárame un bote para dos

remaremos mi amor y yo.


Al escuchar esta estrofa de la canción “La mer est immense” de Grame Allwright en mi viejo tocadiscos se activan mis neuronas, las que residen en la autónoma zona límbica del cerebro, responsable de las emociones, del estado de ánimo, del placer… entre otras ñoñerías. Acepto su envite y viajo entusiasmado por sus axones atravesando los espacios intersinápticos para llegar al destino. Mezclándose unas con otras, como los planetas, asteroides y galaxias en el universo infinito, encuentro en la memoria innumerables imágenes de mares de todos los colores, océanos profundos y acogedoras playas: la Caleta de Cádiz, Cala Galdana en Menorca, S’Abanell en Blanes…, mi padre nadando, Daniel… y Jesús, que camina sobre las aguas largando velas a un viento que se lo lleva… Pero la música está exigente, me obliga a abrirme paso en la diversidad y me conduce, como las olas cuando sopla virazón, hasta otra playa, “La Playa”, la que inmortalizó Leonardo al poner sus pies sobre la arena. Ya estoy allí, una vez más entre recuerdos, organizando las imágenes cosidas con palabras, sumergiéndome en unas aguas turquesas, el color de los dioses según dicen los aztecas, que me inspiran y me invitan a escribir este nuevo artículo que sosiega mi alma y espero que también la del lector que busca en el diagrama matemático de la vida la razón de ser, del estar y el devenir.


1 De Ko Tao a Ko Phi Phi

De Ko Tao a Ko Phi Phi. Figura: J. L. Meneses


Si dispones de tiempo y quieres saborear el entorno paradisíaco del sur de Tailandia, sus mares a diestra y siniestra, y sus innumerables islas e islotes que asoman sus cabezas en el golfo de Tailandia, en el mar de Andamán o en el estrecho de Malaca, olvídate de días y relojes, y deja que las emociones guíen tu viaje. En mi caso, volé a Bangkok y un autobús nocturno me llevó hasta Chumphon, al norte del golfo de Tailandia. Desde allí, los ferrys conectan unas islas con otras, como el hilo de bramante las cuentas de un rosario: Ko Tao, Ko Pha Ngan, Ko Samui, Ko…, en cualquiera de ellas un “Ave María Purísima” y un “contigo me quedaría”, pero no toda la vida, porque siempre hay algo más que ver y sentir. De regreso a la península, más al sur, en el istmo de Tailandia que conecta con la península de Malaca, otro autobús esperaba en Donsak para llevarme a Krabi, en la costa oeste para desde allí, volver a navegar por el mar de Anmadán hasta las islas Phi Phi. Un aluvión de imágenes virtuales se proyecta en el espejo que se despliega ante mis ojos, atravieso el cristal y vuelvo a sentir mis pies descalzos sobre la cálida arena, a emocionarme viendo las aguas engalanadas con azul turquesa y, al ángelus, el cielo pintado de oro ambarino poco antes de encenderse las estrellas. 


2. Ko Tao

Ko Tao, Golfo de Tailandia. Fotografía: J. L. Meneses


Hoy en día, cualquiera de estas islas es algo más que un destino turístico de primera magnitud en el que pasar unos días de vacaciones, es, sentir el placer del pensamiento relajante que transporta al sueño con el que vuelves al paraíso para mecerte en sus plácidas aguas y distanciarte de una vida que, unas veces olvidadiza y otras despiadada, se ensaña con uno como si la piel fuese de piedra y bajo la piedra no hubiese nada. Ko Tao, o isla tortuga, es la isla perfecta para sumergirse en las aguas que la abrazan. Bajo ellas, nacen, crecen, se reproducen y mueren incontables tortugas verdes y carey, y peces de infinitos colores que serpentean por un fondo tapizado por anémonas y corales. Basta unas gafas de bucear, un tubo para respirar entre orgasmo y orgasmo, y crema protectora sobre la espalda para entrar en otro mundo y permanecer horas y horas contemplando su belleza. En la playa de Shark By puedes avistar tiburones al anochecer o al alba y si ese día por casualidad descansan, siempre habrá una salida o puesta de sol que colme tus expectativas. Ko Tao, es una de las islas predilectas para los submarinistas y para aquellos que sueñan con permanecer anclados a los paraísos de esta tierra como lo son las playas de Sairee, de Chalok, de Tanote Bay y un largo etcétera que pueden conocerse caminando por esta pequeña porción de tierra de tan solo veinte kilómetros cuadrados. 


3. Ko Pha Ngan

Ko Pha Ngan, Golfo de Tailandia. Fotografía: J. L. Meneses


A tiro de piedra de Ko Tao se encuentra Ko Pha Ngan, una isla conocida por la fiesta “Full Moon Party”, o fiesta de la luna llena, que se celebra todos los meses del año en la playa de Hat Rin. Fuego, botellón y drogas dejan a los isleños hartos, hasta el moño, de tanto jolgorio a pesar de los bahts que dejan los tambaleantes andarines. Esta fiesta no forma parte de la tradición de la isla, fue implantada por un grupo de jovenzuelos hace poco más de treinta años tras un colocón de primera en la playa donde estaban acampados. En mi opinión, ir a Ko Pha Ngan para correrse esa juerga es una estupidez teniendo en cuenta la variada oferta de la isla: playas paradisíacas, ocasos y amaneceres de ensueño; una gastronómica, con la que disfrutar de sabores distintos, de arroces y noodles elaborados con cuatro ingredientes básicos: sal de pescado, pimienta, azúcar y vinagre agridulce. Ko Pha Ngan también es conocida por las numerosas actividades de yoga y otras terapias alternativas y de ocio que le dejan a un dispuesto y preparado para seguir luchando con “fuerza y honor”, tal como recomienda Máximo Décimo Meridio. La tranquilidad está garantizada en ese entorno único todos los días del mes y puedes disfrutar de la luna llena, cada veintinueve días desde el ocaso hasta el amanecer, en otras playas de la isla que no sea la de Hat Rin, como la de Haad Yuan, Ao Nai Wok, Secret Beach o la de Haad Khuat a la que solo puedes llegar en barca o caminado más de tres horas por un sinuoso camino.


4 Ko Pha Sanui

Parque Nacional de Ang Thong. Ko Samui, Golfo de Tailandia. Fotografía: J. L. Meneses


Embarco, una nueva isla me espera en el camino: Ko Samui. Según los chinos su nombre significa “puerto seguro” y eso me lleva a pensar que quizás la legendaria pirata china Ching Shih, que dirigió una flota de más de cuatrocientos barcos en el pasado siglo XIX, encontró en estos parajes escondite y cobijo para su tripulación y para los tesoros conseguidos. La susodicha, alcanzó cumbre y fama en la piratería a golpe de alfanje y arrojo, y sin necesidad de las machaconas peroratas de Montero “8”. Menos mal que estas islas, casa de una infinidad y diversidad de seres vivos desacomplejados, alcanzan cima y poderío por méritos propios, sin esa política barriobajera cuyo principal objetivo es la de perpetuarse arrimando el ascua a su sardina o con la estrategia “made in Arrimadas” que no consigo entender. En contraste con los tenues colores de las sabrosas sardinas que transitan por el atlántico, el mediterráneo y las parrilladas veraniegas, los peces de colores de estos mares, convierten estas aguas en una obra maestra digna de admiración, fuente de inspiración y de ingresos aportados por más de 38 millones de turistas internacionales.


Ko Samui, es la isla más grande y la de mayor población. Lo ideal es alquilar una moto (entre 5 y 10 euros al día) para moverte libremente y acceder a las numerosas playas esparcidas por todo su contorno. La más conocida es la de Chaweng, la capital, de casi ocho kilómetros de largo, donde puede combinarse el baño con las animadas y comedidas noches bajo la luz de la luna saboreando una sabrosa cena a base de pescado y marisco sobre la mismísima arena. Además de otras playas como la de Mae Nam, Choeng Mon, Silver Beach…, y otros atractivos de la isla, es interesante la visita al Parque Nacional de Ang Thong, al que puedes llegar en barco en hora y media. Desde Ko Wau Ta Lap, disfrutarás de una vista panorámica de las cuarenta y dos islas del parque, eso sí, después de subir caminando un buen rato hasta un mirador. Si a los colores turquesa, arenas blancas y cálidas aguas, añadimos sombra y siesta bajo sus cocoteros, seguramente te preguntarás qué hemos hecho para merecernos esto. 


5. Ko Phi Phi

Ko Phi Phi, Mar de Andamán. Fotografía: J. L. Meneses


Evocando a Machado, ya me encuentro «a bordo ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar», para culminar esa fantástica travesía a través de la mar inmensa. Más contento que un niño con un pirulí, llegué desde Krabi a las islas Phi Phi, ubicadas la costa oeste de Tailandia, en el mar de Andamán y al norte del estrecho de Malaca. Por sus cálidas aguas transitaron, como los peces de colores, navegantes intrépidos procedentes Roma, Egipto, Persia o la India, para comerciar con los pueblos de oriente. El archipiélago de las Phi Phi está formado por cuatro islas siendo la más conocida Phi Phi Don, porque a su bahía llegan los ferrys procedentes de Krabi o Phuket y también porque en ella se encuentra toda la oferta de alojamiento con todo tipo de precios. En mi caso opté por el económico albergue The Pier 519 situado en el centro, en un paseo renovado después del tsunami de 2004 y que conecta las dos bahías de la localidad. En una de ellas, Tosai Bay, atracan los ferrys y descansan los botes de cola larga típicos de Tailandia después de una ajetreada jornada de navegación y en la otra, Loh Dalum Bay, se encuentra una extensa playa de arena blanca y aguas divinas en la que relajarse, una vez más, después de recorrer el pequeño archipiélago. También a escasos minutos de la localidad se encuentra la preciosa playa de Long Beach y, a poca distancia en barca, Viking Cave, una antigua cueva de roca caliza sobre la que cuentan los lugareños todo tipo de leyendas. Si lo que buscas es compañía durante el día, no dejes de visitar Monkey Beach, tu plátano será bien recibido por sus peculiares habitantes y por la noche, las animadas calles, restaurantes y tenderetes te recordaran que no estás solo en este paraíso.


6. Maya Bay, Ko Phi Phi

Maya Bay, “La Playa”, Ko Phi Phi Leh. Fotografía: J. L. Meneses


No se puede abandonar las Phi Phi sin haber visitado la famosa playa Maya Bay en la isla de Phi Phi Leh a una media hora en barca desde Phi Phi Don. En ella, se rodó parte de la película “La Playa” protagonizada por Leonardo di Caprio y merecedora de un notable, más por la belleza del entorno y del apuesto Leonardo que por su argumento. Durante algunos años estuvo abierta a los que viajaban hasta allí, pero fueron tan numerosas y descuidadas las visitas que las autoridades prohibieron desembarcar en su playa. Actualmente, es un espacio protegido y no se puede plantar sombrillas, espachurrarse en su arena, ni alterar la estética del paisaje. Dicho esto, nadie puede evitar que tropieces, cuando intentas abrazarte a la larga cola del bote tailandés, y que caigas, con más o menos arte, sobre tan codiciadas aguas. Eso sí, recomiendo el numerito en temporada baja y a primera hora de la mañana.


Permitirme que finalice este artículo dedicando unas estrofas de la canción de Albert Plá, “La playa”, a todos aquellos que un día se revolcaron sobre la arena de algún mar o tienen previsto hacerlo y, a los que han sentido como el color turquesa incrementaba su nivel de inspiración, de creatividad, de claridad de ideas, de pureza, de amistad… Si Leonardo di Caprio puso los pies sobre estas aguas divinas, Albert Plá, inspirado probablemente por la belleza de estos mares, compuso y entonó estas estrofas con su lengua alada y sus peculiares cuerdas vocales.


Si a la playa vas

si a la playa voy

si a la playa vamos.

Y si me acerco a ti

y tú te acercas a mi

y si los dos nos acercamos.

Mira, el sol se pone

y tú y yo estamos solos

reconoce que las circunstancias

en este caso son favorables.


Y aquí lo dejo, lo demás, polvo en el camino.


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