Jerusalén, el hogar de todos.

Jerusalema, ikhaya lami

José Luis Meneses

El venda es una lengua bantú, el idioma de los vhavenda, un pueblo que se independizó de Sudáfrica en 1979 y creó la República de Venda en una región del África Austral junto al rio Limpopo, entre Zimbabue, Botswana y Mozambique. Pocos años después, en 1994, se reintegró a Sudáfrica, aunque sigue aspirando, como otros territorios no soberanos, a constituirse en estado propio. Hoy, la lengua venda la tararean más de 500.000 millones de personas en todo el mundo, aunque solo sea para decir: Jerusalema ikhaya lami, ngilondoloze, uhambe nami, zungangishiyi lana, que en román paladino sería: Jerusalén es mi hogar, sálvame, camina conmigo, no me dejes aquí.


Seducido por el ritmo y la espiritualidad de Jerusalema, y agradecido a sus autores Master Kg y Nomcebo, naturales de la región de Limpopo, por esas sencillas estrofas que animan a practicar la amistad y la solidaridad, pienso, que una buena manera de empezar este 2021 es haciendo nuestros esos valores que enraizaron en la ciudad soñada, la de todos, a pesar del coitus interruptus que míster Trump provocó con sus pronunciamientos a favor de Israel y contra las aspiraciones palestinas. Probablemente, una vez más, en Tierra Santa la sangre volverá a las venas y, aunque sea a regañadientes, se respetarán las legítimas aspiraciones de cristianos, musulmanes y judíos. Menos mal, también, que el que habita bajo un engominado tupé pronto dejará la Casa Blanca por su negra trayectoria durante estos cuatro últimos años y el que me prohibió entrar en los EE. UU. por haber estado en Irán, no volverá a pisar el felpudo de ninguna “casa blanca” ni volverá a hacer política belicista en el Muro de las Lamentaciones. Pero dejemos ese infausto mundo de los muertos vivientes donde la prepotencia y el orgullo anidan en el tuétano de los huesos y volvamos a lo nuestro.


1. Mapa de Jerusalu00e9n

La medina de Jerusalén. Imagen de José Luis Meneses


La ciudad vieja de Jerusalén, fundada mil años antes del nacimiento de Jesús por el rey David, fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1981 y, por lo tanto, en mi opinión, debería ser gobernada y administrada por el Comité del Patrimonio de la Humanidad compuesto por veintiún estados miembros, aunque yo incluiría a Master Kg, Nomcebo y a los niños de Limpopo por sus habilidades para hermanar almas y hacer bailar a todos el mismo baile. Jerusalén, es una de las ciudades más antiguas del mundo y, es como es y se la ama, porque su historia es la de todos. Allí coincidieron las culturas de oriente y de occidente, las boreales y las australes, y allí, convivieron y conviven desde el principio de los tiempos mujeres, hombres y niños de todas las razas, de todas las culturas y de todos los credos. Jerusalén, es la cabeza de la humanidad, la que reposó en el centro de la cruz con esa corona de espinas que la hará sangrar hasta que todos entonemos y bailemos el Jerusalema.


En mi opinión, para hacerse una idea de la medina que se asienta sobre una superficie aproximada de un kilómetro cuadrado, lo mejor es dar un paseo por sus cuatro barrios: el armenio, el cristiano, el judío y el musulmán. Sus estrechas y animadas calles te conducen sin darte cuenta a cada uno de ellos y las emociones están garantizadas independientemente de tus inclinaciones por uno u otro credo, incluso para aquellos que carecen de inclinación alguna o para los que encuentran en cada una algo que les procura paz y de sosiego. Debido a la ubicación del albergue en el que me alojé en mi última visita, Cinema Hostel Jerusalem (unos veinte euros noche en habitación de doce camas), entraba a la ciudad amurallada por la Puerta de Jaffa, orientada hacia el Mediterráneo, hacia el oeste, por la que accedían y suelen seguir haciéndolo desde hace miles de años los viajeros procedentes de occidente. Es importante respetar las tradiciones y convertirnos en portadores contagiosos del virus de la cultura y el conocimiento. Pero las tradiciones también son permisivas y nadie te pondrá mala cara si entras por alguna de las otras siete históricas puertas de acceso. Casi todas están operativas, excepto la Puerta Dorada de doble arco que fue sellada por Solimán el Magnifíco para impedir que el Mesías entrase el día del Juicio Final. Estoy convencido de que si dispusiera de tiempo él mismo volvería a abrirla, aunque solo fuese para contemplar el Huerto de Getsemaní a los pies del Monte de los Olivos.


2. Jerusalu00e9n y Puerta de Jaffa

Muralla de Jerusalén y Puerta de Jaffa. Fotografía: José Luis Meneses


Después de disfrutar de un shakshuka, desayuno típico a base de tomates, ajo, cebolla, sal, pimentón picante, aceite de oliva virgen y coronado por un par de huevos, solo tienes que ponerte un calzado cómodo y dirigirte a la ciudad. Lo del calzado me hace recordar que, en mi anterior estancia en Tierra Santa, meditando en el Monte de la Tentación, en el desierto de Judea y a pocos kilómetros de Jericó, me tentó el diablo y distraído caí y me rompí el cuarto metatarsiano del pie izquierdo. Entre ir al hospital o quedarme, escogí Jerusalén, y fueron un vendaje compresivo y un bastón los que determinaron el ritmo con el que debía visitar la ciudad. Diez días después, me operé en el hospital de Tremp, en los Pirineos, a tan solo cuarenta kilómetros de casa. «Buena suerte, mala suerte, quién sabe» dice un proverbio chino. Hoy sé que la suerte fue buena y que no fue el diablo el que me dio la oportunidad de anclarme como una sanguijuela a la piel de la ciudad, ni tampoco el que permitió que saborease el manjar de su sangre.


Entrando por la Puerta de Jaffa encuentras a la derecha el barrio armenio, a la izquierda el cristiano y entre ellos una estrella callejuela con el nombre de David, que te permite atravesar toda la ciudad y llegar sin complicaciones al barrio musulmán, al judío y al corazón de Jerusalén: La Explanada de las Mezquitas. En el barrio cristiano, uno no puede dejar de visitar el Templo del Santo Sepulcro, un espacio sagrado, de más de ocho mil metros cuadrados, construido sobre el rocoso Monte Calvario. En su interior se encuentran los lugares donde Jesús fue ungido, crucificado y sepultado. En el centro del anástasis, en la rotonda, está la Tumba de Jesús y son miles de peregrinos al año los que con sus velas encendidas y emocionados, mantienen alumbrado el camino de la esperanza que ha de conducirnos a un mundo mejor. Acostumbrados a las plantas en cruz de las catedrales europeas, sorprende la forma del templo y es preciso un mapa detallado para recorrer el santo lugar que, desde hace siglos, es custodiado las veinticuatro horas del día por representantes cristianos de origen griego, armenio, franciscano, copto, etíope y sirio. Desde los años, 630 d.C., una familia musulmana, la de Al Husseini tiene la llave del templo y otra, la de Nuseibeh, cumple con el encargo de abrir y cerrar las impresionantes puertas de madera que dan acceso. Ambos, permanecen sentados en un banco fuera del templo para cumplir, a las cinco de la madrugada y a las siete de la tarde, con esta tradición milenaria. ¡Qué ejemplo de compromiso y cooperación entre personas de diferentes credos!, al mantener vivo generación tras generación el legado de sus antecesores. Basta tener un corazón latiendo para emocionarse cuando uno se arrodilla ante el Santo Sepulcro o cuando introduce su mano en el agujero donde fue clavada la cruz, al igual que bastó para estremecerse ver a Neil Armstrong poner su pie sobre la superficie de la luna, o cuando las partículas del viento solar chocan con el campo magnético de la Tierra y producen las auroras boreales.


3. Iglesia del Santo Sepulcro

Templo del Santo Sepulcro. Fotografía: José Luis Meneses


Si el Templo del Santo Sepulcro es el lugar más sagrado para los cristianos, el Muro de las Lamentaciones lo es para los judíos. Fue levantado por Herodes unos veinte siglos antes de Cristo para contener las tierras donde se asentaba el Templo de Jerusalén y los judíos, al no poder entrar por motivos religiosos, eligieron el muro occidental como lugar de reunión, de rezos y de lamentos por la destrucción del templo que contuvo el Arca de la Alianza en la que se encontraban las Tablas de Moisés. El muro se encuentra en la plaza Kotel, en la parte oriental del barrio judío, junto al parque arqueológico y la Puerta de los Desperdicios. Tras pasar los controles de seguridad israelitas y colocarte una kipá en la coronilla, puedes acercarte al muro, poner las palmas de tus manos sobre él e introducir entre sus piedras un pequeño papel con una oración o un deseo. Son considerados objetos sagrados y una vez al año se recogen y entierran en el Monte de los Olivos. Estoy convencido de que en la totalidad de ellos se escriben deseos y oraciones por la paz y la concordia y, salvo que tu corazón sea más duro que las piedras del muro, te volverás a emocionar como en Templo del Santo Sepulcro. El Muro de las Lamentaciones no es excluyente, sino incluyente, por eso te recibirá y te hará sentir que estás en casa, en tu casa, lejos de las apariencias temporales propias del lado oscuro de la vida.


4. Muro de las Lamentaciones

Muro de las Lamentaciones. Fotografía: José Luis Meneses


Desde la plaza Kotel, donde se encuentra el Muro de las Lamentaciones, una rampa provisional de madera construida por los israelitas, sobre la que fue la Rampa de los Magrebíes, te permite acceder a la Explanada de las Mezquitas, una superficie de alrededor de 150.000 metros cuadrados, considerada el Santosantorum, el lugar más sagrado para las religiones abrahámicas, es decir, las monoteístas, las que creen en un solo Dios: musulmanes, judíos y cristianos. En el centro de la explanada se encuentra la Cúpula de la Roca, edificio construido sobre el Monte Moria por el califa Abdalmálik en los años 690 d.C. En su interior está la piedra llamada Even ha-Shtiyya sobre la que acontecieron hechos de singular relevancia. Allí, entre otros acontecimientos, Dios pidió a Abraham el sacrificio de su hijo Isaac; sobre ella, Salomón, hijo del rey David, construyó Templo de Jerusalén 960 a.C. y en su interior se ubicó el Tabernáculo que albergó el Arca de la Alianza con las tablas de los diez mandamientos que Dios dictó a Moisés en el monte Sinaí; y, desde ella, el profeta Mahoma inició su viaje al reino de los cielos.


5. Monte del Templo o Explanada de las Mequitas

Esplanada de las Mezquitas o Monte del Templo. Fotografía: José Luis Meneses 


Son muchísimos más los lugares interesantes que puedes visitar tanto en la Esplanada de las Mezquitas como el resto de la medina de Jerusalén, en sus alrededores y en cada una de sus estrechas y animadas callejuelas. Los hechos históricos reclaman constantemente tu atención en cada esquina, a cada paso y te animan a conocer lo que allí aconteció y a preguntarte sobre el porqué de las permanentes disputas. El rencor, la ira, la sangre y la muerte siguen activos en Jerusalén y en otros lugares de este mundo que llamamos civilizado. Entiendo que la prestigiosa escritora Matilde Asensi escribiese, en su libro El Último Catón que, «si Jesús hubiera elegido otra ciudad para morir y Mahoma otra para ascender al cielo, habrían salvado muchas vidas humanas y otras tantas no hubieran conocido el odio». No obstante, conviene recordar que la sangre y el odio ya corrían por las calles de Jerusalén miles de años antes de que los citados pusieran sus pies sobre la faz de la tierra. A pesar de todo, Jerusalén, también es la ciudad que apacigua nuestro instinto cainita, la que nos invita a reflexionar sobre la espiritualidad y sobre nuestros actos. Quizás, algún día, se construya el último templo de este mundo y en él, reine la paz y la armonía y podamos, como los niños de Limpopo, cantar y bailar juntos el Jerusalema. Con la emoción y la esperanza de que es posible un mundo mejor, me despido de vosotros con este primer artículo del 2021 deseándoos un buen año.




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1 Comentarios

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Me ha gustado mucho esta lección de historia Gracias

escrito por Mercedes 15/ene/21    13:19

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