Cicatrices de Guerra, I. Siria

José Luis Meneses

Vaya por delante que en este artículo vamos a hablar de turismo. Naturalmente, con este título, no del turismo de sol y playa, de salud, de parques temáticos, de negocios, sexual… Este se encuadra dentro del llamado turismo negro que hace referencia a viajes donde la muerte y el sufrimiento han estado presentes. Uno puede preguntarse ¿por qué hacer estos viajes? La respuesta es clara, forman parte de la historia de la humanidad y no hay nada que la haya condicionado más que las guerras. Si nos tostamos la piel tumbándonos en la playa, por qué no tostar el alma si nos hace reflexionar y avanzar por el camino que conduce a la paz y la concordia. Es evidente que se van produciendo cambios, pero, en general, somos rápidos en prometer y lentos en cumplir. ¿Aprendimos algo tras el exterminio masivo llevado a cabo durante la Segunda Guerra Mundial? Por cierto, los alemanes también estuvieron combatiendo en Siria en 1941, me imagino que Hitler soñaba con el “Califato alemán”. El país que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.

 

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Campo de Concentración de Mauthaussen, Austria. Fotografía: J.L. Meneses

 

En el artículo “Damasco, capital de Siria”, publicado en este medio recientemente, nos aproximamos a este país del Próximo Oriente visitando su legendaria capital, que ofrece  hospitalidad, cordialidad y un importante patrimonio cultural. Sin duda, un viaje de olores, colores y sabores que enriquecen el conocimiento y dejan tatuado en el rostro un aspecto relajado y una amable sonrisa. Para no perderla, dejamos aparcado el tema sociopolítico y las cicatrices provocadas por una guerra que, manteniéndose abiertas, escuecen el alma, palidecen el rostro y tensan los músculos hasta la extenuación. En Damasco, tras las protestas de los ciudadanos de 2011 contra el gobierno autoritario de Bashar al-Assad y la fuerte represión ejercida, se desencadenó la guerra civil. No tardaron en sumarse a ella todos aquellos que mantenían en estado latente algún interés.

 

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Saydnaya, Siria. Fotografía: J.L. Meneses

 

En la ciudad de Saydnaya, a unos 30 km de Damasco, se encuentra la prisión que utilizó el régimen de Bashar al-Assad para recluir y torturar a todo aquel que se manifestaba en contra del régimen y sus políticas. Desde los inicios de las primeras manifestaciones en 2011, “Primavera de Damasco”, y durante los años posteriores, fueron recluidos allí miles de personas. El guía oficial con el que podía desplazarme por ciertas zonas del país, en algunas ocasiones se había salido del itinerario autorizado, me dijo que no podía acercarse al centro y que había varios puestos de control del ejército que lo impedirían. Por lo que me contó, ni a él ni a mí nos hubiera gustado pasar por las dependencias de este siniestro lugar de tortura y exterminio.

 

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Monasterio de Santa Tecla, Maalula. Fotografía: J.L. Meneses

 

Ni un millón de padrenuestros en arameo, de velas encendidas y otras esperando, de crucifijos orientados a los cuatro puntos cardinales, de lunas crecientes en los minaretes de las mezquitas y de lágrimas amargas, han conseguido atenuar las llamas de un fuego que arde en esta parte del mundo desde que Caín mató, por envidia, a su hermano Abel en la Cueva de la Sangre, en el monte Qasiun. A sus pies, se encuentra la ciudad más antigua del mundo, Damasco.  Si sucedió así, tal como cuenta el relato bíblico, fue el primer asesinato en la historia de la humanidad, si es que podemos llamarla así a tenor de los millones de asesinatos que, por motivos similares, se han cometido en nuestro “Planeta de la Sangre”. 

 

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Harasta, Siria. Fotografía: J.L. Meneses

 

Me pregunto, si puede alguien salir vivo de estos bloques de la localidad de Harasta a las afueras de Damasco. Muchas de las muertes se producen así en las guerras, donde existe licencia para matar, para actuar sin escrúpulos, incluso algunos, como Yevgueni Prigozhin, no necesitan licencias, solo quieren cobrar por matar. Lo hizo en Siria, Sudán, Libia, Mali… y, tan solo hace unos meses, en Ucrania. En el “Planeta de la Sangre” vamos sobrados de guerras y posiblemente la zona que se lleva la palma es Oriente Próximo. Y uno se pregunta, ¿por qué allí?, y, ¿por qué durante siglos y siglos? Uno de los motivos ya lo hemos comentado, la falta de libertades, pero no es el único, hay otros como las ansias de poder, la ambición económica, el petróleo, las creencias religiosas…, o vete tú a saber.

 

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Califato soñado por el Estado Islámico. Figura: J.L. Meneses

 

Es muy difícil que llegue la calma cuando algunos de los protagonistas del conflicto como el Estado Islámico, Al Qaeda o el Daesh, pretenden apoderarse hasta de mi pequeña casa en las montañas del Pirineo. Nostálgicos de imperios y califatos adoctrinan a quien se cruza en su camino obligándole a que se sume a su Guerra Santa. Si el Estado Islámico, grupos insurgentes y terroristas no están por la labor de trabajar por mejorar la convivencia, Israel no se queda atrás con los permanentes ataques contra países árabes y sus asentamientos en territorio Palestino. A esta fiesta de la locura en Oriente Próximo, han metido las narices muchos más países: Turquía, Rusia, Estados Unidos, Reino Unido, Francia, España, Alemania, Irán… y hasta Prigozhin animó el baile con las terroríficas melodías de su grupo Wagner.

 

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Situación actual del Conflicto Sirio. Figura: J.L. Meneses

 

En Siria, como en otros países árabes, las revueltas sociales conocidas como “la Primavera Árabe” (2011), dieron lugar a protestas y enfrentamientos contra las políticas del gobierno de Bashar al-Assad. No tardó en estallar una guerra civil en la que se enfrentaron las fuerzas armadas del gobierno, apoyadas por Rusia, contra la oposición siria animada por el Estado Islámico, Al Qaeda y las fuerzas Kurdas, armadas por otros países. En el año 2017, tras reducirse la presencia en el territorio de las fuerzas del Estado Islámico, el gobierno de Assad y su aliado, Rusia, dieron por finalizada la guerra, aunque, a fecha de hoy, se siguen manteniendo enfrentamientos en diferentes zonas del país. En campos, carreteras, pueblos y ciudades murieron más de medio millón de personas.

 

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Maalula, Siria. Fotografía: J.L. Meneses

 

Algunas zonas del país todavía están controladas por los rebeldes y en ellas se refugian militantes islamistas y terroristas de la yihad. Los militares gubernamentales, por motivos de seguridad, impiden acceder a ellas, ya que a pesar de los acuerdos no se respeta el alto el fuego. Por si no tuvieran suficiente los sirios que habitan en el noreste del país, el reciente terremoto empeoró la situación y el gobierno sirio, en un principio, impidió la llegada de ayuda humanitaria para que no se fortaleciesen los grupos insurgentes. Dicen que las cosas están cambiando y que el gobierno de Bashar al-Assad está trabajando en mejorar la relación con sus vecinos árabes, pero, la situación de pobreza en la que viven millones de sirios, el fanatismo religioso y las acciones terroristas impiden que el conflicto quede resuelto en fechas próximas. 

 

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Cicatrices de guerra, Siria. Fotografía: J.L. Meneses

 

Las acciones de los grupos yihadistas y otros grupos insurgentes fueron demoledoras a lo largo y ancho del país. Fuera de Damasco no hubo localidad que no fuese atacada ni vivienda que se mantuviese en pie. Tampoco se respetaron los centros de culto y, ni sus edificios, ni las obras de arte expuestas en los mismos salieron ilesas. Visité algunos de ellos como el monasterio ortodoxo de Nuestra Señora de Saydnaya; el monasterio y convento de Santa Tecla, donde secuestraron varias monjas ortodoxas griegas; o, el monasterio de Mar Sarkis en el que se encuentra uno de los primeros altares asirios y donde una moja tuvo la gentileza de rezarme un Padrenuestro en arameo, el idioma de Cristo. Fue muy emotivo.

 

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Monasterio ortodoxo de Nuestra Señora de Saydnaya. Fotografía: J.L. Meneses

 

A partir de 2017 comenzó la reconstrucción de estos edificios emblemáticos con ayuda de los que apoyaron desde el inicio de la guerra a Bashar al Assad, los rusos. Hoy se puede acceder a ellos sin problema y todavía pueden verse cicatrices provocadas durante la larga contienda. Por desgracia, otros lugares como Palmira, en la Ruta de la Seda, tardarán en recuperar su aspecto original, el que nos legaron nuestros antepasados hace más de 5.000 a.C. y que era antes de la guerra uno de los lugares, Patrimonio de la Humanidad, más visitado por los turistas. En mayo de 2015 el Estado Islámico no dejo piedra sobre piedra, ni cabeza sobre hombros de quienes se cruzaron en su camino.

 

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Devaluación de la libra siria. Fotografía: J.L. Meneses

 

La guerra también ha dejado cicatrices en la población. La inflación galopante ha sumido en la pobreza a mucha gente. Con un fajo como estos de la fotografía te pagas una cena, nada del otro mundo  (pollo frito con patatas), lo que nos da una idea del valor de la libra siria. A fecha de hoy, una libra siria equivale a 2.660 euros. Acostumbrados a lo nuestro, dar un fajo así te hace sufrir más que un dolor de muelas. Para que Siria avance, es necesario democratizar el país, que la economía siria mejore, que la actividad agrícola pueda realizarse con normalidad, que la industria funcione,  que las dificultades para exportar petróleo desaparezcan,  y que la ansiada paz permita abrir las puertas al turismo. 

 

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Plaza de la Mezquita de los Omeya, Damasco. Fotografía: J.L. Meneses

 

En la plaza de la Mezquita de los Omeyas, en la ciudad habitada más antigua del mundo, los sirios esperan pacientemente que la paz llegue y que no se cumpla la profecía de Isaías: «Todo el reino sirio dejará de existir, al igual que la ciudad de Damasco que será un montón de ruinas». Desde luego hay para acojonarse, aunque el pueblo sirio, acostumbrados a este “mal de ojo”, creen que ese final no se refiere exclusivamente a ellos, sino a toda la humanidad. En lo que a mí concierne, no he recibido comentario alguno de las Alturas sobre el “Fin del mundo”, eso sí, no dejan de llegarme de las “bajuras”, me refiero a los políticos poliédricos, advertencias sobre un futuro próximo apocalíptico. Superar las cicatrices que dejan los conflictos requiere tiempo, esfuerzo y especialmente compromiso y una voluntad sólida. ¿Está la humanidad dispuesta a conseguirlo? A tenor de lo que está sucediendo en Ucrania y en otras partes del mundo lo veo difícil, aunque la esperanza es lo último que se pierde. 

 

 

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