Mongolia: el imperio de Gengis Khan, el “Emperador Universal”

José Luis Meneses

Antes de morir Gengis Khan, después de haber llegado hasta las puertas Europa, dijo a su pueblo: «Hijos míos, mi vida fue demasiado corta para conquistar el mundo. Esa tarea os la dejo a vosotros». Los mongoles recibieron su legado, pero optaron más por mantener la cultura y las costumbres pacíficas de su pueblo, que ir sumando territorios de este planeta tan codiciado. A lo largo de la historia algunos mandatarios, sin parentesco alguno con Gengis Khan, pero motivados por su arenga expansionista, optaron y siguen optando por asumir personalmente esa tarea y por no legar a sus “hijos”  agua que no han de beber. Hitler, con la imposición de su místico saludo “heil Führer”, es un claro ejemplo de “comemundos” y, a fecha de hoy y todavía calentito, tenemos a un Putin que ansía meterse en tu cama con su trabuco de destrucción masiva.

 

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Mongolia y su entorno. Figura: J.L. Meneses

 

Mongolia se encuentra en la parte más oriental de Asia, entre dos grandes países: Rusia, el más grande del mundo (todavía quiere más) y China, el cuarto (se contentaría con Taiwán y un par de bazares en Formentera). Mongolia no es pequeña, la extensión de su parcela triplica la de España, pero, a diferencia de la nuestra, no tiene vistas al mar. Ahora, en cuestión de población les ganamos: 47 millones de españolitos por 3 millones de mongolynes y la mitad de ellos viven en la capital, Ulán Bator. Es lógico que su carácter generoso y hospitalario esté influido por no cruzarse cada dos por tres con el vecino y por disponer de más aire para respirar y para aparcar donde se tercie. A las afueras de Ulán Bator disponen de tanto espacio y tienen tantas ganas de compartirlo que te facilitan el alojamiento, la comida y hasta el coche si es preciso. Poco más hace falta para conquistar el corazón humano.

 

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Sede del gobierno. Plaza Sükhbaatar, Ulán Bator. Fotografía: J.L. Meneses

 

A la moderna capital de Mongolia, Ulán Bator, suelen llegar la mayoría de los que desean conocer el país. Dispone de un moderno aeropuerto internacional, Gengis Kan, y de una importante estación de ferrocarril a la que llegan trenes procedentes de China y de Rusia. El Transiberiano es uno de ellos y su recorrido desde Moscú hasta Pekín, pasando por Ulán Bator, es un sueño para muchos viajeros. La ciudad es una mezcla de modernidad, influida por la política, la economía, y la tradición, en la que ha tenido un papel importante la práctica religiosa, siendo la más importante la del budismo tibetano. Es pecado, si uno llega a la capital, no visitar el monasterio de Gandan o como lo llaman ellos “Lugar de la Alegría Completa” y tienen razón, porque tanto el complejo como la actividad que se lleva en él, incluso confesión y soporte psicológico son de gran ayuda para aquellos que descarriamos por los reinos de este mundo con la mente encendida y las luces apagadas. Léase mi reciente novela “Bajo el mismo cielo”, publicada en esta seca primavera, que ejemplifica lo del caminar por este mundo.

 

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Monasterio de Gandan, Ulán Bator. Fotografía: J.L. Meneses

 

Antes de dejar la ciudad hay que visitar el Museo Nacional de Mongolia. Abre todos los días y en sus tres plantas se encuentran las distintas colecciones que te acercan al entorno y la cultura del pueblo mongol. Está permitido fotografiar, como en otros museos de Mongolia, y puedes traerte a casa todo aquello que ayude, “en un momento dado” como decía Joan Cruyff, a fortalecer la memoria. Entre tomar un Donepezil, para tratar los olvidos, o una fotografía, prefiero lo segundo, aunque he de admitir que ambos crean adicción. A través de las fotografías vuelvo al museo, en ellas,  me reencuentro con los dinosaurios que transitaron por el desierto de Gobi, con las gestas históricas, sus costumbres y formas de vivir, los vestidos, las armas… No hay duda de que la visita te acerca a la historia de Mongolia y a su cultura, un excelente preámbulo para recorrer el país o, mejor dicho, una pequeña porción de él.

 

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Museo Nacional de Mongolia, Ulán Bator. Fotografía: J.L. Meneses

 

Ulán Bator cuenta también con un “museo” de esos que gusta visitar al viajero, porque en él encuentra el presente, el vivir de un pueblo, pudiendo interaccionar directamente con él. 

 

No estamos hablando de una chuleta petrificada, sino de la mongoliana, de aquella que todavía late en la mano o la que condimenta una sopa de noodles, la que rellena el buuz, el bansh o el juushuur, unos de los platos típicos del país y que sus propiedades ayudan a pasar los largos y crudos inviernos. En otras plantas puedes encontrar donde cambiar tus euros o lo que un mongol necesita en su tránsito por esta vida: ropa para estar en casa o salir a la calle, herramientas para el trabajo, muebles, libros… y, en la última planta, la séptima, la que espera al turista con los brazos abiertos, toda una variedad de objetos de esos que gozan camuflándose en tu maleta. Recordándolo, me pregunto, ¿quién no necesita unas botas mongolas para pasear por su pueblo? Todo y más en The State Departament Store que se encuentra en la avenida Peace, en el centro de la ciudad. 

 

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Buuz y sopa típica de Mongolia. Fotografía: J.L. Meneses


Si tu estancia está limitada por el tiempo, cosa que sucede a la mayoría de los viajeros que han de volver al “curro serio” (no es el caso de muchos políticos o pseudo hippies cerveceros), hay dos lugares en los que te puedes hacer una ligera idea de lo visto en el museo. Uno de los lugares recomendables es el desierto de Gobi,  de más de 1.000.000 de Km² y el otro, el parque nacional de Gorkhi-Terelj de unos 3.000 Km². El desierto de Gobi ocupa el sur de Mongolia y el norte de China. Su extensión es el doble que la de nuestro país y existe una gran variedad paisajística. Es un desierto con temperaturas muy contrastadas en verano, puede superar las 30º y en invierno, superar los 30º bajo cero. En otro tiempo fue un vergel inmenso por el que transitaban dinosaurios o lagartos. Hoy es un terreno árido con zonas en donde la hierba y arbustos sirven para alimentar a los animales de los pastores que viven en yurtas acompañados de sus caballos y camellos. En el desierto de Gobi no solo viven, sino que es uno de los desiertos más transitado del mundo. Ni se cruzan, ni se ven, pero estoy convencido de que a madame Colau le gustaría meterle mano a ese transitar nómada.
 

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Vista aérea del desierto de Gobi. Fotografía: J.L. Meneses

 

El parque nacional de Gorkhi-Terelj es la otra cara de la moneda, sobre todo en verano cuando la nieve se diluye y el verde se hace dueño del entorno. Era principios de febrero cuando visité el parque y aunque disfruté del entorno en esa época del año y de la ausencia de visitantes, me perdí la variedad de colores de un paisaje típicamente alpino que suelen verse en otros meses del año. Es uno de los lugares más populares de Mongolia y tan solo se encuentra a menos de 100 Km de Ulán Bator. Forman parte del paisaje bosques de pinos, abedules, álamos…, y rocas enormes de granito que parecen haber sido moldeadas por las manos de un artista. Puede que Dios se entretuviese en sus vacaciones por estos lares, que le gustase las formas de las tortugas, entre otras formas, o que quisiera trasmitir con ellas un mensaje de paz y de respeto por la naturaleza.

 

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Gorkhi-Terelj. Fotografía: J.L. Meneses

 

No puedes dejar el Gorkhi-Terelj, sin haber recorrido a caballo sus caminos, sin haber visitado el monasterio budista de Aryabal, a los pies de una cordillera de altas montañas y con unas impresionantes vistas al valle. Una escalera de alrededor de 100 peldaños te lleva hasta el pequeño templo, desde el que puedes disfrutar de una preciosa vista y de contagiarte de los principios budistas que invitan a la serenidad y a la meditación. Al bajar del templo, hay un largo camino bordeado por carteles de madera en los que aparecen proverbios y citas budistas. A ese “rincón de pensar” enviaron los bolcheviques a muchos monjes budistas, para que meditasen, principalmente sobre las bondades del comunismo, y después, barra libre para lo que quisieran. 

 

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Monasterio budista de Aryabal. Fotografía: J.L. Meneses

 

Ya vamos terminando con un par de temas más que sería impropio no mencionar. El primero de ellos es la visita a la Estatua gigante y museo de Genghis Khan. La estatua, de unos 40 metros de altura y a la que puedes subir hasta la cabeza y estampar un par de besos, está situada sobre una base en la que se encuentra el museo que te acerca a la Edad de Bronce, a la cultura de Xiongnu y su actividad nómada, y, como no podía ser de otra manera al periodo del Imperio Mongol, uno de los imperios que, como el español, el inglés o el ruso, en los que el sol nunca se puso. Fue el guerrero Genghis Khan quien, con su experta caballería, arqueros y disciplina, conquistó una superficie de más de 24 millones de kilómetros cuadrados. 


 

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Estatua y museo de Genghis Khan. Fotografía: J.L. Meneses

 

El segundo, y último tema con el que finalizo este nuevo artículo, se refiere a la hospitalidad del pueblo mongol. Hoy Mongolia es uno de los países más pacífico y seguro del mundo, quizás, porque han aprendido a no robarse y pelearse entre ellos. Ese respeto lo están aplicando en la actualidad con los visitantes. Posiblemente no estemos de acuerdo con algunas de sus antiguas costumbres, como la expansionista y saqueadora que practicaron siglos atrás; que se casasen con sus parientes, incluso si eran hermanos; o, entre otras, que las mujeres y los hombres vistiesen igual (toma nota Irene para el próximo consejo de ministros)…, pero puedo asegurar que, como han dicho las maestras a mis siete nietos, “progresan adecuadamente”. 

 

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Yurta mongola. Fotografía: J. L. Meneses

 

Pude constatar ese progreso en casa de la familia de los Orna en Ulán Bator, cuando, entre otras cordialidades, su hija me demostró un dominio del ballet romántico que igualaba a los bailarines de La Sílfide.  Tanto los días que me alojé en su casa, como los que pasé en su yurta en Gorkhi-Terelj, dejaron en mi memoria unos recuerdos inolvidables. A través de Catalunya Press, os envío un fuerte abrazo.

 

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Wast Mongolian Guesthouse, Ulán Bator. Fotografía: J. L. Meneses

 

 

 

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