“La Pequeña Granja de Simón”

José Luis Meneses

Atravesamos la flamante Europa en nuestro modesto utilitario sin prisas, con la velocidad aparcada en los 80 Km/h y la mirada en los paisajes que íbamos dejando atrás en nuestro largo viaje, de casi 3.000 km, entre el pequeño pueblo de Sort, en los Pirineos hispánicos, y “La Pequeña Granja de Simón”, en la lejana Simonstorp, en la provincia Wärmland de Suecia. Ataviados los neumáticos con la ropa adecuada de invierno, atravesamos la Europa más unida que nunca sin prisas, metiéndole mano a todo aquello que, por singular, se ponía a tiro en nuestro camino: París, con su flamante torre Eiffel; Bruselas, engalanada para recibir a “Puchi”; Ámsterdam, donde ponerse en órbita es tan fácil como tomarse una Heineken; la Alemania de los muros caídos y la Dinamarca de Margarita II, porque la primera, mi mujer, mecía el mapa sobre su falda en el asiento del copiloto.
 

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Europarlamento. Bruselas, Bélgica: J.L. Meneses

 

Literalmente, íbamos a desconectar dos meses del mundo en el pequeño y escondido refugio de Simonstorp, después de que las emociones y el vino corriesen por las venas celebrando el final de ese largo viaje que transcurre entre la primera peseta y el último euro. Pero volvamos al viaje. Tras atravesar el largo puente de Öresund, que conecta las vikingas tierras de Dinamarca, Suecia y Noruega, nos dirigimos a Gotemburgo y a la pequeña isla de Marstrand, donde estuve un frío mes de enero cuando apenas tenía diecisiete inviernos. ¡Qué años aquellos!, tiempos de dictaduras, de guerras, de “Blowing in the wind”, de “Suzanne”, de las tres “S” turísticas: sex, sea and sun…, de flores y colores en la ropa, de besos en la calle y de escapadas a la calle de los besos. Allí, en la universidad de Gotemburgo, años 70, me sorprendió que tuviesen una pequeña sala de audiciones y que, en ella, me estuviese esperando un disco de vinilo de Serrat (1969) con canciones dedicadas a Antonio Machado y que, en la fonda de Agneta, en la isla de Marstrand, compartiese alojamiento con jóvenes desertores de la Guerra del Vietnam acogidos por el gobierno sueco. Ahora, volvía a recorrer aquellos pasos que mi padre buscó y no encontró con el loable deseo de que su querida oveja blanca volviese al redil. Afortunados los que padecen la juventud de sus hijos, porque gozarán en el reino de los cielos. 

 

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Isla de Marstrand, Suecia. Fotografía: J.L. Meneses

 

Tras dejar atrás la isla de los recuerdos, atravesamos el puente de Svinesund y entramos en Noruega en dirección a Oslo. Nos acercamos al National Theater, al Palacio Real y dimos un breve paseo por el centro. Desde allí y con ganas de llegar a nuestro alejado y solitario destino, salimos de la ciudad en dirección a Suecia por la A2 que nos llevó hasta el puesto fronterizo de Morokulien. Solo eran las tres de la tarde y había anochecido tan rápido como los disparos de Billy el Niño. Decidimos alojarnos en Charlottenberg y aprovechar para hacer acopio de alimentos en el centro comercial que lleva el mismo nombre. Por cierto, olvidar la mantequilla salía caro, ahora sí, llegaba a casa dura como un iceberg y nosotros, con sobredosis de espectáculo paisajístico. De los 3.000 km del itinerario, ya solo quedaban unos 50 para llegar a Simonstorp y, con toda la ilusión que se puede tener en esos momentos, recorrimos esa última etapa como Rose y Jack en la proa del Titanic. Conocedores de lo que les pasó a ellos con el tema de los hielos, ralentizamos la marcha.

 

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Simonstorp. Wärmland, Suecia. Fotografía: J.L. Meneses

 

Llegamos a la aislada y “Pequeña Granja de Simón” al medio día, cuando el sol, que paseaba por el horizonte sobre una nieve blanca caramelizada, se resistía a levantarse ni siquiera un palmo más, antojo que suele tener durante los meses de invierno, en los que el día es casi tan corto como la honestidad de los políticos. Las familias salen de noche hacia el colegio o el trabajo y regresan de noche a sus acogedoras casas “ikeanas”. En tan cortas horas de luz, el estado de ánimo en estos países nórdicos se altera y algunos, por supuesto, no todos, padecen la que llaman “depresión de invierno”, agravada por las bajas temperaturas que pueden oscilar esos meses entre los cero y los diez grados bajo cero. Parece ser, según cuentan las lenguas viperinas, que cada día uno de ellos se quita la vida por culpa del invierno y que en nuestro país estamos por debajo de la media europea por méritos del gobierno, quizás sea así, lo dicen ellos, pero de lo que sí estoy seguro es de que si sigue subiendo la temperatura en sede parlamentaria, a alguno nos va a dar un telele y si no es por eso, será por lo que dan por la tele.

 

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“La Granja de Simón”. Simonstorp, Suecia. Fotografía: J.L. Meneses

 

No se llamaba Simón el dueño de la casa y como puede verse en la fotografía, pinta de granja no tiene. “La Granja de Simón” es la traducción de Simonstorp. Su propietario, Christiane, nos atendió estupendamente y si queréis dar un vistazo a su propiedad, solo tenéis que pulsar este enlace:  https://www.vrbo.com/es-es/p751162?noDates=true&uni_id=2051099, en el que encontraréis más de 40 fotografías de la casa y del entorno en cualquier estación del año. Acordamos un mes y nos quedamos dos, y eso, que era invierno y los capullos que se abren de pétalos en primavera, todavía mantenían el recato propio de la fría, blanca y bellísima estación del año que homogeneiza, con su manta aterciopelada de nieve, todo el paisaje. A algunos les parecerá aburrido, pero estoy en condiciones de prometer y prometo, que el distanciamiento de lo cotidiano y la soledad, le aportan a uno más de lo que puede imaginar.

 

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Porche, Simonstorp. Fotografía: J.L. Meneses

 

Cuando el sol ha alcanzado su altura máxima (palmo y medio al mediodía) y encontrándose uno en un estado de comunión con la naturaleza, ir a sentarse en el banco que Christiane ha colocado estratégicamente al borde del lago es, sin lugar a dudas, la mejor opción del día. El sol, que ataca a la altura de la oreja, calienta lo suficiente como para no tener que abrigarse más de no necesario y para poder pasar el resto del día (unas cinco horas) sentado allí, relajado, viajando al interior de uno mismo con el saludable propósito de mejorar la autoestima, la confianza y el optimismo en el “ser” y el “hacer”. Si lo practicas,  te sientes feliz, porque acertaste con este largo viaje a tan lejano y solitario lugar. Este tipo de viajes, en los que las prisas no son buenas, no es para ver o hacer muchas cosas, es para detener el reloj, olvidarse de este mundo incierto y relajarse. Quizás, el vídeo que acompaña a este artículo te ayude a ello, con esa intención está hecho. 

 

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Lago de Simonstorp. Fotografía: J.L. Meneses

 

Como dos meses dan para mucho y no es bueno que cada día el sol tueste la misma oreja, es buen momento para practicar aquellos hábitos que te hacen sentir bien: pasear, leer, escribir, perderse en el fuego de la chimenea, comer, dormir, fornicar, volver a leer… Además de esas bondades, la provincia de Wärmland te ofrece una infinidad de lugares y de paisajes difíciles de olvidar. En poco más de 17.000 km², viven menos del 3% de la población sueca y la mayoría, en las pequeñas ciudades de los 16 municipios. A poco más de 50 Km, como el supermercado de Charlottenberg, se encuentran Arvika, Sunne, Torsby o Gunnarskog y en el recorrido, bosques inmensos de abetos, abedules, álamos y alisos; preciosos lagos como el de Tvälen, Kymmen, Storeken y centenares más por toda la provincia. 

 

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Iglesia de la Trinidad, Arvika. Fotografía: José Luis Meneses

 

Completan el paisaje las bonitas y coloridas casas unifamiliares con todo lo necesario para hacer la vida agradable, muchas de ellas con sauna y la mayoría para pasar las vacaciones. Parecen compradas en Ikea (los muebles seguro), son muy cómodas, luminosas y con estancias suficientes; están muy bien climatizadas, muchas con energía geotérmica y por chimeneas que, dada la abundancia de bosques, funcionan casi ininterrumpidamente; y, cómo no, sin porticones ni persianas que obstaculicen mínimamente la contemplación del paisaje. A veces, están juntas, pero no revueltas por lo que son infrecuentes los cotilleos en el vecindario. Fuera de los periodos vacacionales y de sus largos fines de semana, uno se encuentra solo en kilómetros a la redonda. Lo de solo, es un decir, porque nunca falta la compañía del atrayente entorno y de cervatillos, alces, renos… que se acercan a las casas y que puedes ver sin moverte del sofá y, los que no ves, te dejan sus huellas estampadas en la nieve. 

 

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Vivienda unifamiliar cerca de Branäs. Fotografía: José Luis Meneses

 

Sobre la nieve, encontrarás la que quieras y en su punto, en cantidad y calidad, virgen, y, engalanada como un niño el día de su primera comunión. Te espera a la puerta de casa para lo que se te antoje: hacer un muñeco o dos, mover tus alas de ángel, andar por los caminos o deslizarte por la superficie helada del lago, calzarte los esquís de fondo o acoplar unas raquetas a tus botas. Si uno quiere más, a unos 100 km de Simonstorp se encuentra la estación Branäs, donde la oferta de actividades es más amplia: pistas de todo tipo, remontes, alojamiento hotelero a pie de pista y casas de alquiler en los alrededores. Branäs, es una de las estaciones mejor valoradas de Suecia, ofrece todo aquello que satisface a los amantes del esquí y del snowboard. La nieve está asegurada entre los meses de noviembre y principios de mayo y, lo que satisface realmente al visitante, es el ambiente relajado y el que esté orientada a la práctica en familia.

 

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Estación de esquí de Branäs. Fotografía: J.L. Meneses

 

Dejar “La Pequeña Granja de Simón” fue duro, y si no llega a ser por lo que nos esperaba en el camino de regreso probablemente me hubiera suicidado, no por estar allí, sino por marcharme. Que no me esperen en el grupo de “depresivos de invierno” porque, con la experiencia de lo vivido, estoy en condiciones de confirmar que el problema no es el invierno, sino la personalidad depresiva con predisposición al suicidio. Tras abandonar, tristemente, “La Pequeña Granja de Simón” y no llegar a una situación de encefalograma plano, trazamos un recorrido de retorno altamente atractivo: Estocolmo, capital de Suecia; Ferry hasta Turku en Finlandia, después Helsinki; ferry hasta Tellin en Estonia y desde allí, a Letonia, Lituania, Polonia, Chequia, Austria, Italia, Francia y Sort, en los Pirineos hispánicos. Hay mucho que recordar y que escribir sobre cada kilómetro del camino, pero no será hoy, será mañana, si los vientos favorables siguen impulsando las velas hacia Ítaca.

 

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Puesta de sol, Simonstorp. Fotografía: José Luis Meneses

 

Vaya usted acabando, me digo frente a la fotografía de esta puesta de sol, de banco y de barca tomada desde “La Pequeña Granja de Simón”. Me resisto a cerrar las puertas de la memoria y a inmovilizar, una vez más,  las imágenes y las emociones en las entrañas del cerebro. ¿Las volveré a ver y sentir? ¿O descansarán junto a las cenizas en el último lecho? Hasta que llegue ese momento, en mi mano está impedirlo, espabilo, me siento y visualizo, de nuevo, el video elaborado para este artículo que, en menos de lo que tarda en caer una lágrima,  me refresca los recuerdos. «Ya estoy allí, sentado en el banco de nieve, junto a la barca y los cervatillos corriendo…, inspiro profundamente… dejo salir poco a poco el aliento…, se transforma en nube , me meto dentro…, mil y un recuerdos me esperan…, todavía no estoy muerto…, me siento bien…, contento…, 3,2,1,0, regreso».

 

El artículo está listo y, con alguna vacilación…, pulso «ENVIAR»

 

 

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