“El bus de medianoche”

José Luis Meneses

 La temperatura superaba los 35° grados en la ciudad de Hanoi, capital de Vietnam del Norte, y, el pequeño ventilador de la habitación del albergue Hanoi Hostel, no estaba capacitado para reducir la temperatura ni los ronquidos del compañero de litera que, a buen seguro, habría ingerido unas cuantas Hanoi Beer. A unos 0,50 euros la pieza, unos 11.000 dongs vietnamitas, uno se refrescaría todo el día si no fuese porque cuando te dicen el montante, “once mil”, y entregas un montón de billetes para llegar a esa cantidad, se te pasa el calor y la sed. Al no poder pegar ojo, subí a la pequeña terraza del albergue y abrí el portátil para buscar un medio para viajar a Laos. Tras escribir en el buscador de Google “rome2rio.com”, entré en esta estupenda aplicación que te informa sobre las formas de viajar, en el espacio y el tiempo, y lo que te va a costar. Tecleé: “Luang Prabang, Laos”, pulsé “enter”, y en menos de lo que tarda en repetirse el latido de un corazón inquieto apareció en pantalla: vuelo, 4h 3m, 2.921.500 dongs (126€); autobús, 25h 30m, 325.000 dongs (24€). Al día siguiente cogí el autobús porque a pie, los algo más de 700 km suponían 140 días caminando. Para ser sincero, me costó soltar tanto dong, pero valió la pena, porque si la entrada en Laos fue movida, la salida en el “bus de medianoche”, sobre la que escribiré al final del artículo, fue de juzgado de guardia. 

 

1
Mapa de Laos. Figura: J.L. Meneses

 

Encamé en el autocar cuando en Hanoi se ponía el sol por el lado que Rome2rio había trazado la ruta hacia el oeste. Digo encamé porque el autocar que me llevaba no tenía asientos sino literas, una arriba y otra abajo, de tal modo que, salgas por donde salgas siempre sales con “los pies por delante”, eso sí, vivo y coleando. Por el mismo precio, viajas contemplando el paisaje con solo apartar ligeramente una cortinilla adornada con borlones como las que llevan los feriantes. Pronto se hizo de noche y mecido por el hábil conductor caí en un sueño profundo, que se interrumpió bruscamente cuando el  “sleeping bus” hincó el morro en la embarrada carretera que conducía al puesto fronterizo de Diên Biên Phu. Lo del autobús fue una insignificancia si lo comparamos con lo que sucedió en 1954 al ejército francés que, después de más de cincuenta días combatiendo en la localidad de Diên Biên Phu contra las tropas vietnamitas de Hô Chí Minh, perdieron la que fue, para los franceses, la última batalla de la Guerra de Independencia de Indochina. Uno puede hacerse una idea de aquellos años con la película “Diên Biên Phu”(1992). Como dice el refrán: «de aquellos polvos estos lodos», pero quiero que quede claro que los franceses no son responsables en absoluto del estado de la carretera.

 

2 (2)
“Sleeping bus”, cercanías de Diên Biên Phu, Vietnam. Fotografía: J.L. Meneses

 

En la vida, como escribió Machado, “todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar…” y eso es exactamente lo que sucedió cuando, encarrilado el vehículo, atravesó la frontera con Laos en dirección a Luang Prabang, uno más de los lugares declarados por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad. Si uno se pregunta si se merece tal mención, le diría que sí, que vale la pena visitarla y que sería de bien nacido agradecer a los franceses su aportación arquitectónica durante el periodo colonial. La ciudad se encuentra al finalizar un largo meandro del río Mekong, en tierras de Laos, después de abandonar las fronteras con Myanmar y Tailandia. Sentado junto al río de los ríos, con más historias de vida y muerte que las que protagonizó el Capitán Trueno,  uno se siente en la gloria tomándose una Beer Lao o un garrafón de agua como los pimpollos/as, que no se me enfade la ministra, que aparecen en la fotografía.

 

3 (2)
Río Mekong, Luang Prabang. Fotografía: J.L. Meneses

 

En Luang Prabang hay alojamiento para todos los gustos y para todos los bolsillos. En la aplicación Hostelworld se puede encontrar albergues en el centro por 64.000 kips laosianos la litera (4€), suficiente para dormir y continuar el ajetreo al día siguiente. Al igual que en Vietnam, uno no tiene porqué asustarse con las cantidades aunque la cifra imponga respeto. Por ejemplo: 30.000 kips (2€), es lo que cuesta un menú barato; cerveza nacional 18.000 kips (1,15€) y si compras en el mercado los precios son mucho más baratos. Hablando de mercados vale la pena visitar el de Ban Pakam, en el centro de la ciudad, que abre todo el día y vende todo tipo de alimentos; otro, es el mercado buffet nocturno vegetariano, donde los precios te hacen partir de risa o el archiconocido mercadillo nocturno, que abre a las seis de la tarde todos los días y en el que se vende artesanía típica de Laos y quizás, por ello, sea el más visitado por los turistas internacionales.

 

4 (2)
Mercadillo matinal de Luang Prabang. Fotografía: J.L. Meneses

 

Después de un primer contacto con la ciudad, de alojarse y alimentarse, sobre todo después del ajetreado viaje, uno se encuentra en perfectas condiciones para deambular por sus calles y aproximarse, sin prisas, a su cultura y costumbres. Luang Prabang, fue fundada por el príncipe Khun Lo, entre los años 600 y 700, y fue la capital del reino de Lan Xang hasta el siglo XIV. Desde sus inicios se pobló de monjes budistas y en el transcurrir de los años se edificaron numerosos templos, convirtiéndose en la capital religiosa del país. Los más de cincuenta templos son un ejemplo del arte y la arquitectura budista y conviven en perfecta armonía con los edificios, estilo francés, construidos durante la colonización (1887-1946). Uno de los templos más bonitos, entre los numerosos que encuentras en la ciudad y los alrededores, es el de Vat Xieng Thong “Templo de la Ciudad Dorada”, probablemente, el más importante de Laos.

 

5 (2)
Templo budista de Wat Xieng Thong. Fotografía: J.L. Meneses

 

 Quiero hacer público mi agradecimiento al rey Setthathirath, por este pedazo de obra de arte que luce tanto por fuera como por dentro; por los techos superpuestos y canalizaciones de agua hasta las bocas de serpientes; por el mosaico “el árbol de la vida”, el carro real, la biblioteca o la sala de las coronaciones; por su emplazamiento a orillas del Mekong y por los jardines que lo rodean: higueras milenarias, palmeras, buganvillas moradas y una tranquilidad que penetra en el cuerpo a través de todos los sentidos. Quiero agradecer también a los anarcocumunistas de la época que no prendiesen fuego a tanta grandeza, pues hoy, podemos disfrutar de ella. Así lo hacen y lo siguen haciendo los monjes, de todas las edades, con los que te cruzas en cada esquina. ¡Qué horror!, pensarán algunos al ver tanto “naranjito” practicando la doctrina que enseñó Buda, sin ni siquiera ser dios, para acabar con la insatisfacción, el sufrimiento humano y para poder vivir en paz y en armonía con los demás y con la naturaleza. Invitaría a políticos, maestros y animadores de la confrontación, de esos que practican adoctrinamiento “ovejuno”, a que asistiesen a un cursillo que tuviese objetivos similares. 

 

6 (2)
Monjes novicios. Fotografía: J.L. Meneses

 

Para moverse por los alrededores y completar el viaje a Luang Prabang, lo mejor es alquilar una moto (entre 5 y 20€/día). La policía suele estar al acecho en carreteras y caminos, siempre dispuestos a pararte por haber infringido alguna norma de tráfico. Lo hayas hecho o no, soltando 50.000 kips (3€) resuelves el asunto amistosamente. Bueno, es algo así como nuestros peajes, pero más al grano, directo cuerpo a cuerpo y sin tanta parafernalia. El panorama cambia radicalmente cuando sales de la ciudad y el aire templado acaricia tus mejillas. La vegetación es abundante y variada, circulas entre arrozales a uno y otro lado del camino, atraviesas aldeas aisladas como la de Ban Aen, pueblos pequeños como el de Ban Xang,  templos, monasterios y todo tipo de construcciones modestas que nos recuerdan, aunque a los occidentales nos cueste verlo (hablarlo mucho), que la naturaleza sustenta todo lo que hay y sucede a nuestro alrededor.

 

Unnamed (3)
Entorno rural. Fotografía: J.L. Meneses

 

A unos 30 km de Luang Prabang se encuentran las cascadas de Tat Kuang Si, espectaculares y variadas en cuanto a sus formas, dimensiones, luces y todo ello, en un entorno de colores diversos que varían según la estación del año. Su salto principal mide unos veinticinco metros y, junto a él, cascadas menores perfilan las rocas calizas y otras que, a lo largo de su cauce, forman piscinas de aguas cristalinas que se visten de unos ocres, verdes, azules… que endulzan la mirada y que se hacen merecedoras del respeto que, hacia la naturaleza, debe tener todo ser humano. Tanto en las cascadas de Tat Kuang Si, como en las de Tat Sae, puedes darte un chapuzón en sus templadas aguas que recordarás toda la vida, con o sin bañador (dependiendo si es temporada alta o baja).

 

7 (2)
Cascadas de Tat Kuang Si. Fotografía: J.L. Meneses

 

Si se decía «todos los caminos conducen a Roma» cuando el Imperio Romano estaba en su máximo esplendor, aquí, en Laos, todas las aguas conducen al río Mekong, a veces no directamente pero sí a través de afluentes como el de Nam Khan por el que puedes navegar en las estrechas y largas barcas fluviales, relajarte, disfrutar del generoso paisaje que, sin interrupciones, se muestra a uno y otro lado del cauce del río. Si te apetece, puedes darte un chapuzón en sus marronáceas aguas y hasta transitar un tramo del río a lomos de un elefante. El Mekong, el río de los ríos asiáticos en el que se bañan seis países, te espera para navegar, bañarte o lo que se tercie, excepto guerras, como la de Vietnam, y guarradas varias, como el “tubing” cuando, bebidos y colocados, algunos se lanzan en grandes neumáticos rio abajo. Viajar a Laos para tal estupidez, no tiene calificativos. Lo que le gusta al Mekong es pasearte, por ejemplo, llevarte entre otros lugares hasta la cueva de Pak Ou, la de los «mil budas».

 

8 (2)
Río Nam Khan, afluente del Mekong. Fotografía: J.L. Meneses

 

En el tintero queda tinta que daría para escribir mucho más sobre Luang Prabang y su entorno, y es, hasta un pecado mortal no detenerme a hacerlo. Pero, son tantos los pecados que me llevan al infierno (interesante viaje), que confió en que otros viajeros lo hagan o, el que lea este artículo, encuentre la motivación para emprender su propio vuelo. Como en otras ocasiones, he incluido un video con imágenes que ilustran este viajes y que es imposible incorporarlas al texto y detenerse a hablar sobre ellas. Se lo merecen todas, pero será en otra ocasión porque siguen bailando en mi memoria. No obstante, contando con vuestro visto bueno añadiré otra, la de unos niños de Ban Xiang Khong, en un monasterio cerca de Luang Prabang, que abandonaron sus juegos para regalarme una tierna mirada. Y ahora, tal como comenté al inicio, hablaré sobre la salida de Laos.

 

9 (3)
Aldeanos de Ban Xiang Khong. Fotografía: J.L. Meneses

 

Si accidentada fue la entrada a Laos, de juzgado de guardia fue la salida. En la estación de autobuses de Luang Prabang cogí el que salía más barato y que se dirigía a Vinh, en Vietnam. Desde luego, quién me iba a decir que el precio incluía todo lo imaginable e inimaginable. Si el exterior era original, el interior se llevaba el Oscar de Hollywood al “mejor diseño de producción”. No solo los intermitentes no pasaban la Itv, tampoco el portón trasero ni los bultos atados en el techo con cuerdas; cada asiento a su bola y un charco de pipí del motor en el suelo. El viaje prometía. En el interior reinaba el caos: todo tipo de paquetes se amontonaban de cualquier manera en la parte trasera, desde plátanos a sacos de cemento. La empatía entre unos y otros pasajeros, que por su aspecto parecían primos, reinaba en el variopinto habitáculo, así como su simpática actitud ante la cámara, exceptuando a uno que dormía en una hamaca colgada del techo y a una cabra que al ir en el maletero no se enteró de la fiesta. A media noche, tras pasar la aldea de Wat Thana Than cerca de la frontera de Nam Can, el autobús se detuvo, desembarcamos todos los pasajeros y saqueamos un mercadillo nocturno de comida mientras los aldeanos, confiados o generosos, dormían en la aldea. Como el que no ha roto un plato en su vida y con la naturalidad que caracteriza a un torero al hincar el estoque, regresamos a bordo y el “autobús de medianoche” continuó su camino. Quede constancia, su señoría, que todos actuamos con la certeza de que lo comido estaba incluido en el precio del viaje.

 

10 (1)
“El autobús de medianoche”. Fotografía: J.L. Meneses

logo insolito

Sin comentarios

Escribe tu comentario




He leído y acepto la política de privacidad

No está permitido verter comentarios contrarios a la ley o injuriantes. Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.