En patera de Barra a Banjul

José Luis Meneses

Están tan cerca el uno del otro que sin saberlo y ni siquiera imaginarlo, se encuentran en un beso. En tal situación me encontré cuando, releyendo el artículo sobre Kunta Kinteh, se adhirieron como lapas a mi pensamiento imágenes del viaje en patera entre Banjul y Barra. Todos hemos experimentado ese incómodo estado de desasosiego cuando algo, “material sensible”, generado en el caballito de mar y enviado al prefrontal reclama tu atención con insistencia y se instala entre ceja y ceja, es decir, en el mismísimo frontispicio y no abandona tu mente hasta haber conseguido su objetivo. Cuando eso sucede, eres esclavo del pensamiento y si no quieres distraerte practicando Taichí ni calentarte los sesos, lo mejor es ceder y dejar que la virgen de los navegantes te lleve a buen puerto.

 

1. Tanji, Gambia
Aldeanos de Tanji. Fotografía. J.L. Meneses

 

En un estado de ebullición “sesoal”, las imágenes se desperezan a toque de corneta y acuden a la formación dispuestas a seguir las instrucciones. Eso hago y sin más preámbulos le meto mano a Tanji, un pueblo de pescadores al que llegas por el olfato sea cual sea el lugar de Gambia en que te encuentres. Al pisar la arena de la playa, los olores se mezclan con colores y con la sonrisa amable de unos aldeanos que se entregan en cuerpo y alma a las faenas del pescar. Los hombres, regresan en sus pateras cargadas con los deliciosos y codiciados frutos del mar; las mujeres, les esperan en la playa tejiendo redes con sus cestos y cacerolas dispuestas; y los niños, juguetean con las olas y estiran de las amarras para acercar las barcas a la orilla. 

 

2. Sanyang
  Playa de Sanyang. Fotografía: J.L. Meneses

 

Es incongruente que con tanta riqueza marina a la que no quitan el ojo los países más ricos y desarrollados, los aldeanos de estas costas tengan que emigrar hacinados en pateras a otros países y, todavía se entiende menos si a la riqueza marina le sumamos la costera con sus espectaculares e idílicas playas. Espero que cuando llegue a Ítaca y haga balance de lo vivido, pueda disponer de una tumbona a la sombra de los cocoteros en una playa como la de Sanyang. Se encuentra a menos de 20 km de Tanji y, tras quedarte extasiado contemplando desde las tibias aguas atlánticas la costa sembrada de palmeras, recuperas el aliento y te pones las botas a la sombra de los chamizos a base de langostas, langostinos, cangrejos, almejas, ostras…, y todo ello acompañado de una Jul Brew, la famosa cerveza gambiana.

 

3. Brikama
Artesano de la madera. Mercado de Brikama. Fotografía: J.L. Meneses

 

Estando tan cerca de Brikama, 18 km, y antes de regresar a Banjul, sería imperdonable no visitar la tercera ciudad más poblada de Gambia. Es conocida por los artesanos que trabajan la madera y a los que puedes encontrar en cualquier rincón de la ciudad. Recorriendo sus polvorientas calles, coloridos mercados y el ir y venir de los “bricamos”, te haces una idea del día a día y de las costumbres de este entrañable pueblo. Estando allí, puedes visitar el Parque Cultural de Makasutu cerca de la ciudad y sentarte a la orilla del río Mandinga Bolong, afluente del río Gambia, uno de los mayores ríos de África. En su desembocadura se encuentra Banjul, la capital, una ciudad con una actividad comercial intensa y con un importante puerto de transporte de personas y mercancías.
 

4. Puerto de Banjul Barra
Puerto de Banjul. Fotografía: J.L. Meneses

 

Ya en Banjul, embarqué en un transbordador en dirección a Barra, una localidad situada al norte, en la otra orilla de la desembocadura río Gambia y a una distancia de unos 10 km que ni mi padre recorrería nadando. Si alguien lo hiciese, perdería la oportunidad de saber cómo es un viaje en el “Arca de Noe”. En el video que acompaño puede apreciarse lo que digo: hombres, mujeres y niños, ganado, camionetas, coches y sacos de todo tipo con contenido diverso, se acomodan sin discusiones en una embarcación que no hace distinciones entre todo aquel o aquello que pone los pies sobre cubierta. Me dirigía al sur de Senegal, a Fathala, una reserva en la que los animales: jirafas, antílopes, rinocerontes, búfalos, cebras, aves…, campan a sus anchas como las truchas del Noguera Pallaresa.

 

5. Fathala
Reserva de Fathala. Fotografía: J.L. Meneses

 

 Regresé a Gambia a lomos de un Toyota destartalado por la carretera polvorienta de Sokone-Karang que te lleva en dirección a Barra. Aprovechando la parada en la frontera, anduve con un grupo de niños que lucían la conocida “sonrisa amable gambiana”.  Prisionero de ella nos fundimos en un abrazo, ellos con su sonrisa y yo con un pin del Barça sobre la camiseta del Real Madrid, un sacrilegio para los fanáticos. Y pasó el tiempo, como las “nubes de otoño” de Ana Reverte:  


«…tus palabra me hicieron libre y tu risa prisionera,
me gustaría que supieras que mi condena
es el pájaro que no sabe si quedarse o salir volando…»

 

Cuando salí volando y llegué a Barra, el transbordador estaba averiado y la única manera de regresar a Banjul era en una barca de pesca típica gambiana, una patera.

 

6. frontera Gambia Senegal
Frontera entre Gambia y Senegal. Fotografía: J.L. Meneses

 

La patera es un tipo de embarcación abierta, de poco fondo y eslora corta que suele utilizarse para faenar en la mar y llevar el sustento a la mesa, para desplazarse de uno a otro lugar cuando no hay otro medio y también, cuando la vida te hace una mala faena y te ves obligado a cambiar de aires. La vida, generosa aunque no lo parezca, ofrece muchas oportunidades de hincarle el diente a lo que se te pone delante. Cuando te ofrece algo, no debe desaprovecharse porque lo más probable es que no vuelva a suceder. Así pues, embarqué en la patera que a unos diez metros de la orilla esperaba, sin prisas, que se ocupase hasta el último centímetro de su trajinado cuerpo.

 

7. Patera
De Barra a Banjul. Fotografía: J.L. Meneses

 

Me precedían una simpática pareja de “blancos” que se encontraban en la misma situación y que, como a mí, unos fornidos lugareños nos llevaron en andas hasta la embarcación. Como el resto de los hombres nos sentamos en los costados de babor y estribor, uno junto al otro y con las cuentas de un imaginario rosario entre los dedos. Pegadas a nuestras piernas las mujeres se sentaban sobre las cuadernas del casco y los niños, en sus brazos o sentados en el centro sobre la quilla. Muchos de ellos no saben nadar y sus caras serias y miradas permanecían ancladas a un joven que, en la aleta de popa, achicaba el agua que entraba en la patera con un recipiente de plástico. ¡Bendito recipiente de plástico!

 

8. en transito
Pasajeros en tránsito. Fotografía: J.L. Meneses

 

 La mirada confusa de una niña de no más de seis años, el semblante serio del rostro de su madre y el del resto de pasajeros, me hicieron pensar en todos aquellos que, por necesidad imperiosa, viajan en pateras hacia países que, como en el nuestro, gozamos de un nivel de calidad de vida más que envidiable. Muchos de ellos no llegan a los paraísos soñados y en las páginas de la historia quedará escrito con tinta color vergüenza la falta de humanidad de los que, ostentando el poder o la posibilidad de hacer algo, hacen muy poco o nada para evitar esa sinrazón. Eso sí, el 25%, ya saben ustedes de qué, enciende y moviliza a los corderos con solo pronunciarlo. «Estamos tocando fondo», escribe Gabriel Celaya en 'La poesía es una arma cargada de futuro'. 

 

9. Abuko
Mercado de Abuko. Fotografía: J.L. Meneses

 

De nuevo en andas desembarcamos en Banjul después de 10 km de navegación reflexiva sin otro propósito que el de convivir, unos días más, con un pueblo que da más de lo que recibe, que te acoge y hace que tu experiencia sea provechosa y las relaciones entrañables. Las caras de los gambianos se vuelven alegres y las sonrisas florecen viviendo en su tierra, en las calles y en los mercados como el de ganado de Abuko o el de Serekunda, el más grande del país. Todo te invita a merodear por las callejuelas y los puestos. Si las ovejas, cabras o vacas te sorprenden en el de Abuko y los buitres llaman tu atención a las puertas de un matadero, en el de Serekunda, los colores decoran el aire y cualquier actividad comercial se desempeña con profesionalidad y apretones de manos.

 

10. Serekunda
Mercado de Serekunda. Fotografía: J.L. Meneses

 

Continuo con este nuevo artículo el viaje hacia Ítaca aliñado, como en ocasiones anteriores, con comentarios y otros ungüentos que brotan en mi cerebro de manera intempestiva obligándome a acomodarles, con tinta y papel, en el baile de los recuerdos. Levemos anclas de “puerto vacaciones” y reanudemos el viaje con la esperanza de que un viento favorable nos lleve a buen puerto y si no es tan bueno como esperábamos,  acordémonos de las palabras de Mario Benedetti:
 

“No te rindas, aún estás a tiempo

de alcanzar y comenzar de nuevo,

aceptar tus sombras, enterrar tus miedos,

liberar el lastre, retomar el vuelo.

No te rindas que la vida es eso,

continuar el viaje,

perseguir tus sueños,

destrabar el tiempo,

correr los escombros y destapar el cielo.

[…]

Vivir la vida y aceptar el reto,

recuperar la risa, ensayar el canto,

bajar la guardia y extender las manos,

desplegar las alas e intentar de nuevo,

celebrar la vida y retomar los cielos”.

 

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